No es mi intención ponerme en plan nietzscheano ni tengo conocimientos para ello. Pero una parte de la humanidad sacudida por guerras, hambrunas, catástrofes naturales y abandono ha perdido la esperanza; y si son creyentes, se preguntan en qué anda ocupado Dios en estos días, que no presta atención a estas señales. En la novela póstuma de Javier Reverte Hombre al agua un extravagante grupo subversivo, liderado por un tipo al que llaman Lucifer, pretende dinamitar el sistema. El cabecilla, en la elección entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Diablo, se ha decantado por este último. “Amo al Diablo. Dios me aburre porque carece de sentido del humor. (Y) ahora que anda dando bocanadas nos es más necesario que nunca. Está desprestigiado, casi olvidado, y no le tenemos miedo”, explica. Y aunque lo anterior sea ficción, vistas cómo van las cosas, asistimos a una resurrección de Belcebú en su versión más malvada. Presten atención a la sección de sucesos; el alumno que ayer mató a una profesora en Donibane Lohizune dijo estar “poseído por el Diablo”. La pasada semana un hombre apuñaló a una mujer en Marín porque “el Diablo “ le dijo que “tenía que matar a alguien”. En las mismas fechas, un asesino conmocionó a la población en Honduras al confesar que “el Diablo me dio la orden de matar a mi hijo”. ¿Qué está pasando? Quizá Nietzsche tendría una respuesta.