Estamos inmersos en un siglo XXI global, vertiginoso y líquido donde cada vez es más evidente la importancia de la capacidad de decir, hacer y decidir. De lo local conviviendo, y a veces sobreviviendo, en un mundo global. Identidad, derechos sociales y desarrollo económico siguen necesitando una visión estratégica por encima de fronteras, pero también una interpretación desde un territorio que debe tener y ejercitar unas capacidades propias en muchos niveles. En un panorama cada vez más trufado por corrientes neoliberalistas e incluso neofascistas, Europa debería seguir siendo una reserva ideológica basada en los valores democráticos y los derechos humanos. La pluralidad lingüística y cultural debe seguir siendo un valor añadido propio. Y dentro de Europa, nuestra sociedad tiene una trayectoria acreditada para enarbolar la bandera de la democracia, el humanismo y la justicia social construida aquí y ahora. Y en este sentido, herramientas como la política fiscal o de vivienda, apoyadas en nuestro régimen jurídico propio basado en los derechos históricos, son puntales claves. Lo mismo que potenciar un tejido industrial y productivo de proximidad, en la innovación, con compañías que tengan su centro de decisión en nuestro territorio. Y estamos hablando de tecnología pero también de medicamentos, de alimentación, pero también de diseño con marcas propias de calidad, no basadas en la explotación de la mano de obra. Porque en un día como hoy, está bien recordar que la capacidad de decidir sigue teniendo sentido ante este mundo revuelto y convulso al que nos asomamos para los próximos años.