Se cumplen esta primavera 20 años desde que se formara una de las expediciones más potentes que se haya juntado jamás en el Himalaya, una especie de Dream Team internacional en el que figuraron, entre otros, el kazajo Denis Urubko, el estadounidense Ed Viesturs, el italiano Simone Moro, el francés Jean Cristophe Lafaille, el navarro Iñaki Ochoa de Olza o los también kazajos Maxut Zhumaev y Vassily Pitsov. Compartiendo campos base y trabajo, la gran mayoría lograron hacer cima en el Nanga Parbat y en el Broad Peak, algunos de ellos por nuevas variantes, y solo se les resistió el tercer objetivo, el K2, en un verano pakistaní de mala climatología. Por supuesto, tras este macro grupo con figuras absolutas del Himalaya del siglo XXI ha habido expediciones muy brillantes y cordadas muy fuertes, muchas de las veces involucrando a deportistas como Urubko o Moro, siempre dados a compartir intentos con atletas de primer nivel. Aquí, más cerca, tuvimos durante años el magnífico trío formado por Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, con propuestas y logros destacadísimos, pero desde hace ya tiempo se echan en falta en el Himalaya retos que logren eclipsar cada primavera el ya habitual embudo en el Everest los días de cima y las imágenes de la mítica montaña convertida en una gigantesca expedición comercial. Ya estarán los sherpas de las expediciones instalando cuerdas fijas y escaleras desde la base hasta la cima para que todo aquel que quiera y pueda pagar suba lleno de oxígeno artificial y atado a una cuerda los casi 4.000 metros de desnivel, sin apenas usar un piolet más que para apoyarse. Lógicamente, hay escaladores haciendo buenas actividades, pero cada vez son menos y cada vez es más complejo que el gran público distinga una escalada de otra aunque el sitio sea el mismo. Malos años para los que amamos lo que pasa más allá de los 8.000 metros.