En tiempos de inquietante sequía, corren ríos de desatada venganza política. Hay dinamita de aversión allá donde poses la mirada. Es verdad que Ferrovial se lleva la palma del antagonismo descarado, favorecido por el cruce de torpezas desafiantes de la empresa y del Gobierno, pero el vídeo viral de Podemos destila irrefrenables ansias de revancha o, incluso, apenas basta encender la llama populista de la falta de agua para que en Doñana emerja toda la miseria del oportunismo partidista por encima de la legislación y el bien común. A un mes del inicio de la campaña electoral solo hay hueco para los ajustes de cuentas despiadados. Quizá ese empeño retador y nada edificante asista también impúdicamente al emérito en su propósio de presentarse de nuevo con insultante descaro cuando bien sabe del hondo rechazo mayoritario que sus tropelías provocan, excepción hecha del puñado de nostálgicos, entre ellos el presidente de la Xunta.

Queda para la historia la estruendosa derrota por goleada del Gobierno de izquierdas y sus terminales en la acometida librada con armas y bagajes contra Ferrovial. Nunca había ocurrido semejante desvarío. Tampoco jamás se asistió a un espectáculo público tan insólito. Aquello de Rumasa fue otra cosa. Este patético desencuentro plagado de un absurdo empecinamiento mutuo erosiona hondamente la imagen institucional de un país. Transmite pésimas vibraciones. Alienta sospechas nada edificantes. Además, el desenlace de esta desigual pelea sostenida con desesperación en varias de sus fases maltrata cruelmente al derrotado, que sale magullado por los cuatro costados.

Tampoco Del Pino debería pasear ufano su aplastante victoria. Le delata su taimada estrategia ocultando a Economía durante tanto tiempo su comprensible afán mercantilista más allá del reconocimiento explícito a su derecho como empresario privado que da cuenta a sus accionistas. Es evidente que los mercados han avalado con holgura su golpe de mano desde un principio y que el dinero no tiene patria, pero siempre debería haber un hueco para allanar una salida mucho más airosa y digna que, sin embargo, este empresario tan creyente no ha querido encontrar.

También Sánchez debería abrazar el propósito de la enmienda. No ha sido el mejor ejemplo en la búsqueda de un mínimo entendimiento en medio de la tempestad ni, por supuesto, en la defensa del libre del mercado. Ha protagonizado el precedente menos edificante para quien asumirá dentro de unas semanas la presidencia de turno de la UE. Le han sobrado frases descalificantes y retadoras, plagadas de permanente ideología, y le ha faltado claramente la fineza propia de la que adornan dirigentes curtidos con altura de miras. Es verdad que el presidente jugaba este enmarañado partido con el marcador en contra y en el tiempo de descuento, pero no es menos cierto que alguien de su entorno debería haber detectado hace tiempo los primeros aires que presagiaban galerna.

Hay tiempo y ocasón para enjugar las penas. El PSOE exprimirá electoralmente el viaje de Ferrovial a Países Bajos. Sabe Sánchez que le aporta toda una garantía discursiva para tocar la fibra de los suyos cuando se trate de apuntalar la esencia de la izquierda en la lucha de las clases medias y vulnerables contra las elites poderosas. Incluso, hasta el PP se lo pondrá fácil. Basta con el apoyo de Feijóo a la jugada de alto voltaje de Del Pino para que los socialistas encuentren más madera e identifiquen sin esfuerzo a la derecha con el falso patriotismo, el dinero fácil y el empresario insolidario. También lo hará el verbo mitinero de Ione Belarra pero el calado de su mensaje lleva tiempo descontado en la balanza de las urnas. Por eso esta ministra navarra recurre desde la debilidad de su mandato orgánico a Pablo Iglesias para que levante los ánimos de sus círculos cada día más apesadumbrados por el negro horizonte que atisban. Lo hará hoy, en medio de la expectante Fiesta de la Primavera de Zaragoza, justo cuando la barca de Podemos empieza a tambalearse con las continuadas deserciones camino de Sumar, como acostumbran los esquiroles de Ciudadanos buscando un hueco en cualquier lista del PP que los acoja. Yolanda Díaz no perderá detalle de esta irrupción pública de quien le aupó simplemente con el dedo y hoy es su enemigo visceral. Será con quien librará después de las elecciones de mayo una batalla que se antoja plagada de hostilidad y tremendamente perniciosa para los intereses de poder de toda una izquierda temerosa de un más que previsible desacuerdo.