La plaza de san Nicolás no será igual sin “Murillo”, ese templo de Baco consagrado en 1890. Y nada será igual sin ese escaparate vestido de rojo burdeos, como los vinos de altura. Sin esa colección de botellas dispuestas como chocolatinas ante las que te detenías aunque el vino no fuera contigo. Sin esa puerta de entrada que te anuncia “Días de vino y rosas”, esa película de Blake Edwards que se ve como se bebe.

Cierra la vinoteca Murillo. Y suena como una persiana al chocar contra el suelo. Y no, no es para montar un numerito nostálgico, que no sobra. Pero sí para pedir cuentas y responsabilidades políticas. Que las hay. Más allá de las circunstancias personales de cada tienda centenaria que se va. Porque hay una voluntad política de acabar con estos comercios. Una voluntad de palabra, obra y omisión. De palabra porque sobran fariseísmos altisonantes de un ayuntamiento que no va más allá de una triste catalogación de estos establecimientos. De obra porque no hay una verdadera política de protección y conservación real del comercio de cercanía y centenario. Con leyes como la francesa que eleven estos establecimientos a la altura de un museo. Y de omisión porque este ayuntamiento va de farol. Por un lado subvenciona campañas de consumo local, y por otro consiente, favorece y posibilita futuros desarrollos de centros y parques comerciales que ahogan el comercio minorista. La lista de nuevos proyectos es larga y está sujeta a los vaivenes de la especulación y corrupción de por medio. Al tiempo.

Se va Murillo pero no se va solo. En los últimos años han cerrado Ataun, Confecciones Madrileñas, El Roch, La Perla Vascongada, Elizburu y Torrens, entre otros. Pero la Asociación de Comerciantes de Navarra estima que pueden llegar a 245 de aquí en adelante.

Se va Murillo, que es como si se fuera la ciudad entera. Como una plegaria que nadie escucha. Y duele.