Si algo tienen de bueno las campañas electorales son la cantidad de promesas que los candidatos nos regalan a los oídos. Otra cosa es que luego se vayan a cumplir, que ya sabemos que no va a ser así en la mayoría de los casos, pero si a uno le da por ver la botella medio llena, incluso se puede alegrar el día imaginando un escenario postelectoral con una vida mejor.

Todo esto no es nuevo. Ya en los albores de la democracia, además de promesas, los partidos nos regalaban mecheros, llaveros, pegatinas y diverso merchandising con sus logos. De todo aquello, lo más preciado era el encendedor, que no se rechazaba aunque procediera de una fuerza ideológicamente antagónica, por lo que daba lugar a situaciones de cierta chanza cuando se veía al personal encenderse un pitillo con el mechero del partido al que jamás votaría.

Estos obsequios han pasado a la historia. Ahora, hay que conformarse con las promesas a secas. El primer debate electoral, celebrado el viernes, fue un buen ejemplo de la declaración de intenciones encaminadas a solucionar las demandas ciudadanas relacionadas con la salud. Un ámbito de especial sensibilidad ciudadana, donde es indiscutible la progresiva pérdida de calidad asistencial en los últimos 15 años, pero sobre la que todos los candidatos hablan como si en el pasado reciente no hubieran tenido responsabilidades de gobierno para haber puesto remedio a este deterioro que no se ha producido de un día para otro. Pese a ello, cualquiera que escuchara este debate sin prejuicios y dando credibilidad a los intervinientes podría llamar a la pirotecnia Caballer y empezar a tirar cohetes porque, ojo al dato, las interminables listas de espera van a reducirse drásticamente a partir de la conformación del próximo Gobierno sea del color que sea, ya que en esto todos están de acuerdo.

Otro tanto ocurre con la fiscalidad. Un terreno en el que la derecha tiende a hacer una especie de cuadratura del círculo y asegura que bajando los impuestos se recauda más. Esto último –como diría Agustín González en el recomendable mediometraje titulado Total del gran José Luis Cuerda–, “en contra de toda la lógica y de la realidad”.