Entre nubarrones vespertinos, mañanas luminosas y frescas y avisos amarillos por tormentas hemos empezado el mes más bonito del año. Cierto que ha habido junios heladores y otros tórridos pero, en principio, estas semanas son perfectas –ni frío ni calor, que diría aquel–, con horas de luz para aburrir y la temperatura precisa para empujarnos a la calle y quitarnos las ganas de volver a casa, con los parques luciendo aún su mejor verde y flores de todos los colores... Genera un poco de pereza, pero qué gusto da calzarse de nuevo unas sandalias y dejar que los pies vean mundo, regresar otra vez al río y a las piscinas, saber que cada fin de semana un barrio y muchos pueblos están de fiesta y que sólo quedan días de clase aunque ahora los chavales vivan agobiados con tanto examen. Además, en esta capital, basta con abrir un periódico para toparte con sus clásicos: comienza el montaje del vallado del encierro, se dan a conocer los conciertos sanfermineros y el alcalde avisa que no se irá del Consistorio pamplonés sin imponer un nombre para lanzar el Chupinazo. Pese a los chubascos imprevistos, andábamos bajando del altillo la ropa de verano cuando nos convocaron a otras elecciones. Lo primero que pensé fue que junio es tan bonito que alguien tenía que venir a fastidiarlo.