Propagandizar es un vocablo procedente del inglés (propagandize) y se usa en algunos países latinoamericanos, no así en España. Se refiere a hacer propaganda de alguien o de algo. Por favor, no confundir con publicidad, la sección del marketing que se ocupa de la divulgación de productos y servicios con fines comerciales y no de ideologías. Y si publicidad es toda comunicación por cualquier medio “que se percibe como pagada” (J. Walter Thompson), la propaganda sería lo contrario, pues votar es gratis y no se paga precio por creer en la Macarena.

Las elecciones son la temporada alta de propagandizar, con su zozobra y sus excesos. Se desliza en telediarios y tertulias y en esencia se compone de dos elementos: rostros y frases enfáticas que denotan una carencia brutal de retórica cuya misión es persuadir. También se ha infiltrado en los programas de entretenimiento e Iker Jiménez, Pablo Motos y otros aprendices del metaverso se excitan con su poder de influencia. Deben entender que propagandizar no va a alterar las percepciones previas de la gente, que marcan su decisión y determinan la utilidad o eficacia del voto. Además, hay factores emocionales como las ilusiones y el miedo. Sí, los miedos a la tiranía y la pobreza son movilizadores.

Algo de experiencia tengo como para rogar a los partidos que se apiaden de la gente, pues más propaganda es debilidad y la crispación es contraproducente. Hagan hincapié en aquello que les distingue, pequen de sosegados y no caigan en la ansiedad. ¿Los debates? No sirven casi nada, pues cada vez se asemejan más a lo peor de los realitys. Propagandizar no remediará el cuatrienio a los que llegan al 23-J sin los deberes hechos. Es julio, pero no hay rebajas. Y lo de siempre: la tele es un medio, no un remedio.