Era uno de los momentos divertidos de aquellas primeras veladas entre amigos cuando los reunidos en el establecimiento, henchidos por la felicidad grupal que entrega la camaradería, también ojitos chispeantes, empezaban a subir y bajar del asiento conforme la estrofa avanzaba y repetía “Pantaleón”. Hasta siete veces, y por dos. Para arriba y para abajo cada vez más rápido hasta que todo quedaba en un enorme revoltijo de peña haciendo el maula casi sin sentido, manteniendo el ritmo de la sonata.

“El alcalde de mi pueblo tiene mucha ilustración”, afirma la primera frase de la canción. Y, desde luego, es bueno que quien lleve la vara de mando –en su origen, vara para medir los márgenes en los litigios por las lindes y arrear algún estacazo– tenga un ADN ciudadano elevado que le haga sentir su ciudad, pueblo, aldea con un latido especial. Para esto se nace, aunque si hay responsabilidad, uno se prepara y se hace. Recuerdo la abnegación feliz de un ahora veterano ex concejal del Ayuntamiento de Pamplona que en sus tiempos de edil se pateaba la ciudad como un atleta de fondo y que, por ejemplo, cuando el paseo del Arga estaba en su embrión, cuando la ciudad empezó a mirar a su río, ya tenía muchos kilómetros en las piernas recolectando experiencias e impresiones de la gente sobre lo que finalmente es hoy uno de los pulmones de la ciudad. También era accesible con las asociaciones de vecinos y no había pleno en que los expedientes fuesen repasados con sentido cívico. Ese tipo se lo curraba y era un hombre que disfrutaba dando salida a las propuestas de la ciudadanía. Las siglas eran transparentes en él, y un buen oyente.

Pensar la ciudad. Responsabilizarse con una espacio para todos, votantes y no votantes, partidarios y detractores, sin barrios de primera y de segunda —algunos están en Champions y otros siempre bajo la amenaza que le echen de la Conference—, con participación del ciudadano, sin imposición ni hoja de ruta cerrada. Una ciudad para todos resulta una utopía, quizás, pero parece una exigencia mínima que debería estar presente en cualquier plan de acción de cualquier grupo. Probablemente no haya votación con influencia más directa en el ciudadano que la de hace unos días decidió sobre quíénes van a gobernar estas cosas cercanas como la iluminación de esas calles oscuras, los baches de la calzada, los ruidos por las noches, el ocio, el tráfico o las tasas municipales... Decidir sobre parte de la vida de las personas con las que te cruzas por la calle todos los días es una gran responsabilidad. Debería.

A Pantaleón le llega el trabajo. Que nos ilustren.