Lo tiene muy crudo. Bien lo sabe él, que apela a la épica para remontar una coyuntura demoscópica demasiado adversa. Asume doliente que apenas hay tiempo esta vez para el milagro. Ocurre que tampoco es aquel Pedro Sánchez henchido de arrojo del Peugeot 407 HD que predicaba la revolución ideológica y orgánica en el PSOE. Bien lo saben también sus fieles y allegados, taciturnos ante un líder desconocido, demudado tras estrellar su suerte en un debate que, sin duda, marcará su futuro. Pintan bastos para el presidente, incapaz de transmitir una brizna de entusiasmo a los suyos y a los abstencionistas siquiera apelando a las maldades bíblicas de la ultraderecha. A una semana de acudir a las urnas, el tablero de los bloques aparece invariable. Las previsiones menos contaminadas auguran un desenlace descorazonador para una izquierda incapaz de imponer el discurso de una economía recuperada y de unos derechos sociales en peligro de naufragio. El PP, sin demasiado esfuerzo, ya le ha tomado la delantera refugiándose sencillamente en espolvorear los males que el sanchismo acarrea para la unidad de la patria.

Gritan al unísono los dos socios, Sánchez y Yolanda Díaz, que van a voltear las encuestas con el último golpe de riñón y, por tanto, seguirán gobernando. Lo vocean, empero, sin la confianza suficiente que exige una mínima dosis de credibilidad. Uno y otra otean el ambiente electoral, leen las crónicas, escrutan los análisis y en silencio llegan a la conclusión de que cada día su deseo se antoja más imposible. La suerte parece echada, aunque ambos se rebelan contra la testaruda realidad que, según los presagios más ecuánimes, se puede llevar por delante una gestión hercúlea, de marcado acento social, desplegada durante adversos escenarios de crisis tan variopintas. Es muy posible que la izquierda haya perdido definitivamente la oportunidad de haber inoculado a nivel de calle la evidencia de una mejoría económica. Los hoteles y restaurantes estarán llenos todo el verano. Una fotografía clarificadora para demoler el manido recurso de la derecha sobre el agravio de la inflación, que ha sabido colar sin remisión.

Ha aflorado una mayoría que, más allá de la conquista de un salario mínimo mejorado, de una nítida política contra la vulnerabilidad y en favor de las pensiones, o de un reconocimiento internacional al músculo del país, desdeña desde lo más profundo de sus entrañas al líder socialista. Cree que les ha mentido, que solo piensa en sus intereses personales, que carece de ideología para la argamasa de un proyecto de nación y que deja una deuda pública apabullante, entre otras imputaciones. Vaya, que no debe seguir en La Moncloa. Y, por supuesto, mucho menos en compañía de filocomunistas e independentistas dentro del mismo gobierno. A partir de semejante acusación demoledora, sostenida en muchos casos con el énfasis propio de la bilis, sobran los mítines y las entrevistas del candidato del PSOE en cualquier plató que se precie. Desde luego, mucho más si pretende buscar votos debajo de las piedras conversando con ‘La Pija y la Quinqui’.

Tampoco entre los supuestos compañeros de viaje encuentra Sánchez refugio para sus males. Los misiles dialécticos de Rufián y Otegi, recordándole compromisos tan poco propicios para la unidad de la patria, alientan las expectativas de Feijóo. En la bolsa de los valores electorales penaliza mucho más el aliento de un independentista que los energúmenos de Vox negando la violencia machista y la erosión climática. Sirva la constitución de varios gobiernos autonómicos de coalición derechista para entender que no se ha registrado hecatombe alguna en las encuestas. Ladran, luego cabalgamos, parecen decir en Génova. Más aún, en el PP siguen viviendo con alegría desbordante del sonoro patinazo de Sánchez en el cara a cara. Bajo esta euforia apela su candidato al voto útil para consolidar una holgada ventaja de escaños y alejarse de incómodas compañías de viaje que irrita sobremanera Abascal, consciente de que agujerea sus opciones. A una semana vista, pareciera que la única emoción radica en el tercer puesto del podio.