Aunque no hay todavía confirmación absoluta, parece claro que la planta de Volkswagen en Landaben se dedicará a ensamblar coches eléctricos y les pondrá unas baterías que montará la surcoreana Hyundai Mobis en una nueva instalación que se edificará en Imárcoain. La solución tiene toda la lógica de la industria actual del automóvil. Lo que quieren los alemanes es dedicarse fundamentalmente al diseño, desarrollo y comercialización de turismos con tecnología eléctrica, y las reglas del proceso fabril son completamente nuevas. Hay marcas, como Fisker, que ni siquiera tienen sus propias fábricas, sino que saca sus modelos de plantas subcontratadas como las de Magna Steyr en Austria. En el campo de las baterías, componente fundamental, ya está impuesta la regla de que se adquieren a terceros superespecializados.

Es algo que comenzó haciendo con éxito Tesla, que hoy monta las Blade de la china BYD en su Model Y fabricado en Berlín, lo que mejora el rendimiento de carga, la vida útil y las prestaciones. Los grupos tradicionales, tantas décadas hozando en sus laureles, se han dado cuenta de que de repente todo ha cambiado por la genialidad de un tipo, –sí, Elon– que ha transformado por completo los cimientos de la que parecía la industria más consolidada del universo. Entre las nuevas reglas están las de que sólo se podrá sobrevivir si se es innovador en diseños y soluciones tecnológicas; que tienes que exigir esa misma innovación a tus proveedores, especialmente los de motores y baterías; y que no tendrás que gastar tanto esfuerzo en la reingeniería de los procesos industriales de montaje, lo que antes te daba el margen de beneficio, porque los vehículos son conceptualmente mucho más sencillos. Como consecuencia, no necesitas siquiera fabricar tus coches, mucho menos sus componentes. Tienes que ser bueno en otras cosas.

Sólo un perezoso mental o alguien con vocación de falsario creería que Volkswagen iba a situarse en una posición heterodoxa frente a este paradigma. En los próximos años veremos desaparecer marcas tradicionales, alemanas, japonesas y norteamericanas, porque esta industria ya ha mutado, y toda su catarsis es en sí una buena noticia. Aquí dijimos, humildad en el recuerdo, que VW acabará siendo una empresa de diseño y software, y que empeñarse en el discurso paleo-localista de que hay que hacer cualquier cosa para que la planta de Landaben siga empleando los mismos trabajadores y generando paralelos ingresos a la Hacienda foral, es falacia. Pero una vez más asistimos al misérrimo espectáculo de esa Navarra que no sabe lo que pasa por el mundo.

Ahí tenemos al ugetista Alfredo Morales, presidente del comité de empresa, que dice que se encuentra “pesimista” sobre el futuro de la fábrica más grande de la Comunidad foral, y considera que la noticia del acuerdo entre VW y Hyundai “es un error histórico”. El error histórico es él. Porque bastaría leer un poco y estar al tanto de lo que lleva ocurriendo en el sector desde hace no menos de una década para saber lo aberrante que es mirar las cosas con la misma óptica que antaño. Verbigracia, con el afán de ser el bandarra que quiere pastorear la planta, afianzar en ella su poder sindical, y ser el factótum de tantas decisiones, como las de las contrataciones. Se te ha acabado, aunque aún no lo sepas. Lo que es contrahistórico, también, es la respuesta obtusa de Javier Esparza ante esta situación, contándonos que el problema es Sánchez y su predilección política por Cataluña y la planta de Martorell, añadiendo que “partidos políticos que se califican de progresistas abandonan a los trabajadores”. Como si el de UPN creyera que existe potestad política bastante como para decirle a la multinacional que debe montar sus baterías dentro de su planta, en lugar de adquirirlas en el mercado como todos, o cómo debe estructurar sus costes y beneficios. O lo que también han manifestado desde Contigo-Zurekin, parecido a lo de Esparza, demostración de que se puede ser igual de incompetente en todos los credos políticos.

Todos estos, y muchos más, son representantes de la Navarra que no se entera, la Navarra que exhibe una profunda incuria intelectual, especialmente dañina cuando ese es el instrumento con el que operan los representantes políticos. Pero siempre podremos seguir perdiendo el tiempo en la discusión de si hay que talar unos árboles para hacer un aparcamiento.