La investidura es uno de los momentos de la actividad parlamentaria que tiene su propia liturgia y sus tiempos específicos. Apelar a la costumbre para dar una oportunidad a Feijóo como cabeza de la lista más votada es una patochada real y supone demorar un proceso con un resultado cantado desde la noche electoral. Que el líder del PP es incapaz de tejer alianzas más allá de los 172 votos es una verdad de Perogrullo y por disponer ahora de más de un mes de tiempo no va a conseguir ampliar esa cifra.
Por más que ahora alardee de diálogo con formaciones vascas y catalanas que no se ha cansado de demonizar en años. La política hace extraños compañeros de cama, pero de ahí a plasmar acuerdos de legislatura con otras fuerzas, y más negándose expresamente –y por exigencia de Vox– a establecer un cordón sanitario con la ultraderecha hay un abismo. Y no digamos si encima el deseado sujeto del pacto es Junts, al que le han dado por todos los lados. Es ganar tiempo para estar en el escaparate político, quitar protagonismo a un Sánchez que ha permitido que se cueza lentamente en su propia salsa del fracaso y, si acaso, tomar ventaja ante una repetición electoral en enero en la que sólo él cree. Más suena a intentar aplacar la disidencia interna de quien vino a sustituir a Casado como salvador del PP pero que ha ido de fracaso en fracaso.