No son estas las letras que tenía pensadas para esta columna, pero aún estoy perplejo de incredulidad por todo lo que está aconteciendo en el mundo del fútbol. La selección femenina se proclamó hace una semana campeona del Mundo. Un hecho histórico para este deporte y, sobre todo, para la fuerza y el avance de las mujeres en todos los deportes y cualquier ámbito de la vida. Esas mismas futbolistas, y decenas de jugadoras más de la elite del fútbol femenino, una semana después han hecho público un comunicado en el que anuncian que no volverán a la selección mientras Rubiales y su equipo sigan al frente de la Federación. Es otro hecho igual de histórico que revaloriza aún más lo conseguido en el ámbito deportivo hace siete días.

Ni ensombrece ni amarga su victoria. Al contrario, Jenni Hermoso y sus compañeras han levantado un espejo gigante en el que todos y cada uno nos podemos ver reflejados. Esa es una victoria añadida al Campeonato del Mundo. No sé cómo terminará el desastroso periplo personal e institucional de Rubiales y su equipo de bienpagados palmeros, lo que es seguro que en ningún sitio bueno. Repaso las notas sobre la intervención del tipo en la asamblea de la Federación y todo me sigue pareciendo tan increíble como inaceptable. La campaña mediática de comunicación para convertir la víctima en responsable es injusta e intolerable, pero no tiene más recorrido. Ni siquiera creo ya a a estas alturas que el futuro sin salida de Rubiales sea lo relevante. Se acabó y tendrá suerte si las denuncias que acumula y las que ya arrastraba de antes no le llevan a la sombra una temporada. Se trata de otra cosa. Es la prepotencia y soberbia y ese asqueroso supremacismo machista que destila todo el discurso de Rubiales, en su huida desesperada hacia adelante para intentar mantener el sillón, el poder y los sueldos y prebendas como presidente de la Federación de Fútbol, lo importante y trascendente en la imagen del espejo. Hay un machismo evidente, el de los asesinatos, violaciones, golpes, manadas, agresiones, acoso... el del viejo la maté porque era mía.

Pero hay otro machismo sociológico que nos acompaña a todas y todos en el día a día, que permanece instalado en la política, el deporte, el trabajo, la religión, el poder, la familia... que se sustenta sobre una base primaria de temor a la mujeres, a sus derechos, a sus capacidades, a sus éxitos y a su libertad. Es también peligroso, aunque no ocupe el mismo espacio que las duras estadísticas de la violencia machista. Es el de Rubiales y sus secuaces y el que el espejo de Jenni Hermoso nos ha puesto delante a todos nosotros y a la imagen de España ante los ojos de todo el planeta. Su denuncia pública es tan o más importante que el Campeonato del Mundo. Por el presente de quienes lo han logrado y por el futuro de quienes les sucederán.

Al menos, Navarra, sus jugadoras, sus deportistas, sus estamentos deportivos –con Osasuna y la Federación Navarra a la cabeza– y sus instituciones políticas, con la presidenta Chivite y la vicepresidenta Ollo al frente, sus medios y periodistas y la inmensa mayoría de la sociedad, ha salido bien parada en la imagen del espejo. Quienes se han ocultado mirando a otro lado tienen un problema. Sin complejos y con valentía. Se acabó, aunque no haya hecho más que empezar. El principio es el fin. Que el camino no pare.