La Universidad de La Rioja ha reaccionado con rapidez a la publicación del contenido del chat de primero y segundo de Magisterio que conocemos. Es la única respuesta adecuada y es de agradecer. Se ha abierto un expediente informativo, se conocerán más datos –los estudiantes dicen que los autores de los mensajes no son de Magisterio, que accedieron al chat con un enlace y no los representan– y la respuesta de la Universidad. Esperaremos.

Mientras, a alguna cuestión hay que darle alguna vuelta. De entrada, e independientemente del contenido, la existencia de ese chat representa a quienes no aceptan las normas de los entornos a los que pertenecen. Su soberanía y autoconciencia personal no soporta la regulación, porque, si no se pueden hacer novatadas, no se hacen. Planearlas acerca a la infracción.

A quienes creen fieramente que las jerarquías, incluso la mínima que supone un año más de antigüedad, dan carta blanca para someter a novatos y novatas a situaciones ridículas cuando no a más.

A quienes están en los sitios y no ven qué pasa. O ven y no tienen opinión porque el mundo es muy complejo y las cosas no están tan claras. O calibran y pasan, no vaya a ser posicionarse suponga enemistarse con los cabecillas. Posturas que fluctúan entre la inanidad, la cobardía, la complicidad y la franca aprobación. Entre 199 personas solo hay una disidencia, una queja matizada. Y quien o quienes filtraron el chat.

A quienes les vale como disculpa decir que era una broma y si se les cuestiona el contenido hablan de cancelación y censura, porque son quienes tienen la potestad de decidir qué es lo risible, quiénes pueden ser objeto de risa o crueldad y qué reacción debemos tener el resto si no queremos ser tachados de puritanos. Mucha gente representada.