Constitución. Título preliminar. Artículo 1, punto 2: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Un descojone. Un placebo. Esa soberanía consiste en un voto periódico para que su destinatario haga lo que le venga en gana. Sin pudor. Sin reválida a mitad de mandato. Cuatro años resignados al libre albedrío del interés partidista. De entrada, la papeleta en la urna ignora pactos venideros. De conocerlos, podría cambiar el comportamiento ciudadano ante la cita electoral. Las listas son cerradas porque interesa a estrategia y disciplina de las siglas concurrentes. El electo puede mudar de cargo si conviene y dejar vacante aquel para el que se presentó y pidió el voto. La conveniencia por encima del compromiso. Por cierto, el artículo 6 se refiere a los partidos políticos como expresión del pluralismo: “Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. Carcajada estrepitosa. Más sonora aún si se les pide coherencia entre ideología y hechos. Partidos de espíritu republicano sumisos con la continuidad dinástica de la Monarquía. Ateos que subvencionan religiones. Pacifistas que venden armas. Depuradores de discrepantes. Activistas de la “transparencia opaca” y de la manipulación de datos cuando gestionan Administraciones. Practicantes del amiguismo digital en la profusa plantilla de cargos interinos y de libre designación. Contaminadores de la división de poderes. Humoristas sin filtro en materia de derechos: “Todos los españoles son iguales ante la ley”. Los grupos de presión influyen en las instituciones. Ahora, la amnistía o su eufemismo excitan el debate. La “cuca” Gamarra calificó la reunión de Sánchez con Bildu como “día negro que hiela la sangre”. Si los partidos políticos tuvieran la decencia de mirar con honestidad en el retrovisor de su historial quizá callasen por vergüenza. Ofenden a la soberanía popular de la que emana su influencia. ¿Soberanos o súbditos?