Orquesta Sinfónica de Navarra
Aubree Oliverson, violín. Emilia Hoving, directora. Programa: Erreinu Mirestarria, de Carmen Fernández Vidal. Concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky. Tercera sinfonía de Mendelssohn. Ciclo de la Orquesta. Baluarte. 19 de octubre de 2023. Tres cuartos de entrada.
El segundo concierto del ciclo de la orquesta navarra se abre y se cierra con dos obras paisajísticas. Tanto la mallorquina Carmen Fernández Vidal, como Mendelssohn se inspiran en la contemplación de lugares que, de alguna manera les inspiran. Pero ni en el “Admirable Reyno” de Navarra que inspira a Fernández Vidal, ni en la Escocia del romanticismo un tanto tópico de Mendelssohn, se pinta la naturaleza de un modo fehacientemente descriptivo, sino que, más bien, se expresan los sentimientos personales ante la contemplación del paisaje y su experiencia vital de un ambiente. Paisajistas, sí, pero con mucha ensoñación. Entre ambas obras, el, siempre bien recibido, concierto para violín de Tchaikovsky, que hace tiempo que no escuchábamos; con el recuerdo del concurso Sarasate, en cuya final lo escuchábamos dos o tres veces.
Del estreno, (siempre un poco temido por el público), de Erreinu Miresgarria hay que decir, de entrada, que fue bien acogido por el público; digamos que más que cortésmente. Efectivamente, la obra fluye y se entiende bien, en su modernidad, pero también en sus citas a la tradición (Consagración de la Primavera). Fernández Vidal investiga timbres irisados, detalles de sonoridades –platillo en el timbal–, y, sobre todo, una orquestación poderosa, que, sin llegar a la plenitud de su maestra (Teresa Catalán), sí que saca partido al amplio orgánico. Con ese plus de percusión, que tanto gusta a los jóvenes que tengo al lado. Hoving, la titular, marcó el compás muy ampliamente, para que no se le escapara.
La violinista Aubree Oliverson no sólo exhibió la suprema técnica necesaria para el endiablado concierto de Tachikovsky, sino que tuvo momentos de sensibilidad y preciosismo en los calmados intervalos del estrés de virtuosismo que predomina. Pronto surgen las triples cuerdas, intervalos extremos, ritmos con puntillo, arpegios, trinos… Y la solista americana luce excelente afinación y esa tranquilidad para el público de que algo que se sabe tan difícil, resulte fácil. Aunque es un concierto que, inevitablemente, por lo menos para el oyente, tiende a la rapidez, hay cierta tranquilidad en el fraseo, con rubato, ya desde el tema del primer moviiento; y es una delicia el comienzo de la canzonetta, con sordina. Muy bonito ese pianísimo. En el “vivacísimo”, lo esperado. Apoteosis del virtuosismo. Pero Oliverson no pierde el control, a pesar del inevitable deslizamiento hacia el abismo que nos produce su conjunción con la orquesta. Esta responde bien, (solos de flauta y clarinete incluidos). De propina, Bach. Impecable y profundo.
Como ocurrió el pasado concierto con Schubert, para el Mendelssohn de la tercera sinfonía, la sonoridad de la orquesta es clara, gozosa y equilibrada. Trasmite bien lo agradable y bonito que es Mendelssohn. Y Emilia Hoving se encuentra, también, a gusto con la obra. En el podio, hay momentos que, todavía, dirige un poco a empujones de batuta, pero es eficaz. 1.- Cuerda aguda compacta, que se abre y va al matiz “piano” dando paso a un tramo más atormentado (nunca dramático). El tempo es más bien ágil. 2.- Mandan las maderas, con clarinete y oboe como recuerdo a instrumentos autóctonos. 3.- El adagio es meloso, quizás uno lo prefiere algo más lento. El pasaje de trompas y chelos: bien hecho, aunque también se prefiere que predomine el sonido a violonchelo. 4.- El final es vigoroso y mantiene la tensión. La orquesta siempre retoma con esplendor el tema, a la vez que sirve a las maderas, cuando hace falta. Y ese magnífico estrambote del coral final, que nos da tanta pena que se acabe…