Hola personas, buenos días. Esta semana he vuelto a las andadas y he abandonado el hormigón y la cultura para irme a la naturaleza. Hacía días que no dedicaba mi ERP a la madre tierra y esta semana otoñal le ha tocado. Para ello ya podéis imaginar cual ha sido el camino elegido. Efectivamente. Para quien no me sigue habitualmente diré que ha sido el camino que del final de la Media Luna baja hasta el río desde Beloso, y lo ha sido, en esta ocasión, por triple motivo. Primero, porque hacía mucho que no pisaba su suelo, que no bajaba cubierto por su túnel de hojas y ramas, pobres por separado riquísimas en conjunto, hacía tiempo y no me ha defraudado, sigue acogedor y cálido como siempre, segundo, porque si quería acercarme a la naturaleza por algún lado había de comenzar y para mí este es mi favorito, así que no había lugar a la duda, no había opción, y en tercer lugar, porque como parece ser que sí o sí se va a llevar a cabo la obra ciclópea-ciclista de Beloso, con ese nefasto proyecto que no sé quién firma ni me importa, he querido ver sobre el terreno en qué medida podrá afectar a mi querido camino serpentín, espero que en poca. La afección más importante será más abajo, ahí sí que se va a llevar por delante algún que otro ciento de seres vivos, de árboles, pero según dicen quienes de esto entienden son árboles de poco interés medioambiental, pues ya me quedo más tranquilo, oye, ¿me entiendes? Ya veo, por lo tanto, que son prescindibles y con razón sentenciados a la motosierra. Pues, hala, a la leñera con ellos. He decidido no defender ni un árbol más, total hago mala bilis para que al final hagan ellos, como siempre, lo que les dé la gana, y por otro lado hay que darse cuenta de que las ciudades están vivas y que, por tanto, se mueven, y que donde hoy hay un árbol, mañana molesta, pues si molesta que lo quiten que ya saldrá otro. Ahora, por ejemplo, está sobre el tapete el tema del Paseo de Sarasate, lo quieren dejar todo plano. Arquitectos y urbanistas, en una comparecencia de hace un mes y pico, así lo manifestaron y aconsejaron, el precio son los árboles, pues que los talen, ya los talaron cuando la grafiosis y volvieron a crecer, ¿no?, pues ya crecerán otros. Muchos diréis, este se ha vuelto loco. No, no me he vuelto loco, es que he visto la verdad del cuento y hacer mala leche, tomar partido, ser beligerante, creer en una causa, creerte miembro activo, cuando en realidad eres una marioneta bailando al son que tocan ellos es algo que no me gusta y he decidido que no me duela y mirar para otro lado, al fin y al cabo, en el mundo se talan al día miles de árboles y no pasa nada, o casi nada. Bien, como decía, el tercer motivo de mi bajada por el camino era ver en qué medida puede afectarle el plan Beloso y la verdad es que creo que poco. He bajado tan feliz por sus cuestas y curvas y he llegado a su pasarela que últimamente no me da ni una nota, ni un do, ni un re, ni un sol, nada, lleva tiempo muda, con lo cantarina que ella era, me he asomado al río y el espectáculo del lecho verde con los chopos amarillos en sus orillas era un Basiano vivo, o por poner un pintor más actual, nombraré a Javier Suescun que pinta los ríos y sus riberas como pocos, en definitiva, la imagen era un regalo para el sentido de la vista. He seguido recto y tras pasar los caballos de Goñi, a los que las últimas lluvias les han puesto los campos donde pastan preñados de verde alimento, el sentido que ha pasado a ser protagonista ha sido el del olfato porque de la huerta de Zabalza salía un aroma a pimiento asado que daba ganas de quedarse a vivir allí, qué cosa tan rica. Allí están ellos asando, vendiendo y perfumando la zona sin parar. Seguí con los jugos revueltos, dejé a mi zurda las pasarelas y llegué al maravilloso puente románico que también quedó a mi siniestra mano sin que lo atravesase, con lo que a mí me gusta hacerlo, ya que tomé camino de la Txan, para llegar a Alemanes y de ahí entrar a Aranzadi. Así lo hice y pude comprobar que ese tramo de entrada a la Txantrea lo han dejado de dulce y que la entrada a la zona de Alemanes se parece a lo que había, cuando yo estudiaba en Irubide, como un huevo a una castaña. Entré y disfruté del paseo entre árboles otoñales y suelo de moqueta dorada que formaban las hojas. Llegué a la pasarela que entra en Aranzadi y paré para fotografiar un cormorán que se chuleaba subido en un tronco. Sobre el maderamen del puente una señora de avanzada edad, pulcra, peripuesta y con ganas de cháchara me dio conversación, y me contó cosas de su vida, que trabajó desde los 14 años en la fábrica de carretes de Villava, donde su padre era encargado, y que como había cambiado todo, y que cuantos años me echas, y otro señor, que participaba de la conversación, retrechero y piropeador, le dice 19, y ella, rápida, contesta, déle la vuelta y acierta, ¡no puede ser!, le dije yo, pues está Vd. guapísima, pues eso es , nos dijo, porque he ido mucho a Benidorm. Así que ya sabéis. Ese es el truco. Me fui muerto de envidia, qué vitalidad y qué cabeza a sus años.

Entré en Aranzadi y comencé la vuelta, todo limpio, todo bien podado. Bordeando una reja que protege una huerta y una casa me llamó la atención el anagrama con el que el arquitecto dejó su firma sintetizando en ella el perfil de la casa entrelazando la E y la A de sus iniciales.

Llegué hasta Casa Arraiza, futuro proyecto municipal de “aunnosesabequé” y tomé un camino que nunca había tomado y que la bordea por detrás, enseguida aparecieron unos invernaderos y más adelante vi que estaban quemados, que habían sufrido un incendio, vi que había una entrada y ¿cómo no? entré, y los invernaderos no tenían lechugas, no, tenían calzoncillos, camisas, vaqueros tendidos de un cordel, tiendas de campaña, algún colchón, alguna manta y mucha mierda, estando yo allí llegaron cuatro jóvenes con bolsas de la compra de aspecto e idioma inconfundibles. Qué raro que donde ellos estén haya habido un incendio y esté todo destrozado. En fin, no diré nada que seré un facha. Salí a la parte donde está el hórreo, aquel que se construyó por amor para que una señora casada con uno de aquí, asturiana ella, se sintiese en casa, y vi el último arreglo municipal, nada diré, pero a mí no me gusta. Llegué al convento de las Petras, magnifico edificio de Redón abandonado y maltratado y no quise ni mirarlo para no amargarme la mañana. ¿Pero es posible que nadie vaya a hacer nada con ese tema?, no lo puedo entender. Me temo que ya es tarde.

Por las piscinas abandoné Aranzadi, salí ahíto de naturaleza y de otoño, con todos los sentidos llenos, tomé el portal de Francia y, cual peregrino, entré en la ciudad.

La calle del Carmen me estaba esperando.

Besos pa tos.

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