Registrada ya en el Congreso la Ley de Amnistía, hoy comienza la sesión de investidura de Sánchez, casi cuatro meses después de las elecciones generales del 23-J y tras el fracaso previo de Feijóo. Sánchez será de nuevo presidente del Gobierno con la mayoría absoluta de 179 votos a favor y 171 en contra y el viernes habrá un nuevo Gobierno. No serán dos jornadas fáciles. La estrategia de tensión y el akelarre discursivo en un tono cada vez más amenazante de las derechas estará presente en el Hemiciclo y también en la calle. Pero eso no va a cambiar la marcha programada de esta investidura.
No es la primera vez que la derecha se echa a las calles tras perder unas elecciones. Lo hicieron contra González en los años 90 con una campaña que, como han admitido varios de sus principales protagonistas, puso en riesgo la propia estabilidad del Estado. Lo repitieron contra Zapatero después de que el candidato socialista ganara a Rajoy en 2004.
Cuatro años de manifestaciones constantes y desmesuradas contra todo tipo de leyes, contra la el diálogo con ETA para poner fin al terrorismo –se aireaba entonces el falso mantra de que se vendía Navarra, cosa que evidentemente no ha pasado y nunca iba a ocurrir, pero se sentaron las bases para el fin de ETA que sí sucedió–, y se movilizaba a los sectores más reaccionarios de la sociedad, del catolicismo y de todo tipo de viejas nostalgias del pasado antidemocrático del Estado profundo. Como ahora. Cuatro años de movilización y presencia en las calles que tampoco le sirvieron a Rajoy en su segundo intento y Zapatero repitió como presidente. Tuvo que esperar a su tercer intento en 2011, cuando las consecuencias de la crisis económica y financiera global de 2008 situaron contra las cuerdas al Gobierno.
Lo intentó UPN contra el Gobierno de Barkos desde 2015 y el resultado ha sido tres legislaturas después igualmente ninguno. Y ahí siguen UPN, PP y Vox ahora de nuevo, pero tampoco creo que ahora, pese a la irrupción de la ultraderecha, el ruido y la crispación vayan a ser argumentos suficientes para echar abajo la Legislatura que ahora comienza en Madrid. La algarada callejera es una molestia cansina, pero el tiempo y la realidad la amortiza.
De hecho, los acuerdos del PSOE con Sumar, PNV, Junts, EH Bildu, ERC, BNG y Coalición Canaria nacen con vocación de estabilidad en el tiempo. Los riesgos para la duración del Gobierno, si llegan, vendrán de la evolución de la situación económica, del empleo y de la complejidad de la geopolítica internacional, con una situación de conflicto extendida a cada vez más zonas de la Tierra. Cosas quizá más peregrinas que la grandilocuencia y el dramatismo de los pronunciamientos políticos en los que se han atrincherado las derechas, pero de mucho más interés real para el conjunto de la sociedad. O también de la inestabilidad interna entre los socios del Gobierno.
La pugna que mantienen entre sí Junts y ERC y, sobre todo, de la cruenta batalla abierta entre Sumar y Podemos que siempre augura decisiones y consecuencias imprevisibles, pero con tendencia siempre al desastre más que a la eficacia. De momento, la Legislatura inicia su andadura con Sánchez de nuevo como presidente del Gobierno y la vocación en el horizonte de ser estable y duradera. Pero, el futuro en política, como en la vida, siempre está por escribirse. Veremos.