Desde que el deporte se coló en los nombres de las consejerías de los gobiernos navarros (en 1991) y en los ministerios españoles (en 2000) –nunca en solitario sino en asociación con otros sectores–, es curioso comprobar cómo lo mismo se une a la educación que a la cultura o a los asuntos sociales.

Y, en Navarra, en un permanente salto de uno a otro. Obviamente, esos compañeros de viaje no son casuales, porque esos tres son sus ingredientes fundamentales: el educativo –sus grandes valores–, el cultural –en su faceta de grandes eventos con miles de espectadores– y el social –por la práctica deportiva–. Productor de más de un 3% del PIB y creador de más de 400.000 puestos de trabajo directo en este país, el deporte está en el radar de los gobernantes. Que Sánchez lo haya unido a Educación y Formación Profesional, mientras que María Chivite lo ha puesto con Cultura y Turismo, es irrelevante siempre que no se olviden de él.