Hola personas, ¿preparados para el duro invierno?, más nos vale porque ya se viene anunciando.

Esta semana el día y el tema estaban cantados: martes, 29, la fiesta del Patrón.

Por la mañana unos recados tempraneros me dejaron sin llegar a tiempo a la procesión y al baile de los gigantes al abrigo de las trazas góticas de la Iglesia de San Cernin. Por primera vez, en su ya larga historia, Joshemiguelerico, Joshepamunda y sus secuaces hicieron volar sus faldas dentro del viejo templo. Lo he visto en unos videos que circulan por ahí y ciertamente fue un espectáculo corto pero intenso y lleno de plasticidad. Nuestros queridos gigantes son guapos y guapas, los mozos que les prestan el ánima son buenos danzantes y el escenario gótico, iluminado y decorado de fiesta grande, resultaba ciertamente sobrecogedor. Con esos mimbres solo podía salir un buen canasto, y así fue. Si D. Tadeo Amorena levantase la cabeza, se sentiría orgulloso de ver a donde han llegado sus criaturas.

Cuando llegamos, la Pastorcilla y un servidor, a la zona cero de la fiesta, lo primero que encontramos fue un pasaje de Seminario en el que no cabía un alfiler, el público se apretaba para escuchar cánticos, guitarras, bandurrias y demás instrumentos que la Cofradía de San Saturnino estaba haciendo sonar llenando de festivos dorremís el pasaje del benefactor caballero. Dimos una pequeña vuelta, accedimos, por la calle del arquitecto historicista, a la parte trasera del abarrotado pasaje y ahí sí pudimos escuchar un rato el repertorio cofrade por excelencia, La casita de papel, El negro José, Momento San Fermín, El Rey y unas cuantas más que a todos los presentes hacían cantar participando así de la fiesta. Abandonamos la música popular y, por la puerta de la sacristía, accedimos a la capilla barroca de la Virgen del Camino, que, aunque contaba con un buen número de fieles, aún cabía alguno más. No así en la nave central de la iglesia en donde el llenazo era total. Nos colocamos en buen lugar para seguir los fastos y liturgias que allí se daban y tras de mí sentí la llamada de una puerta entreabierta que me invitó a entrar, todo hacía pensar que las escaleras que tras ella había me iban a conducir al coro de donde bajaban voces y notas de mucho nivel. Subí para verlo y poder contarlo y así fue: el coro me estaba esperando. Nunca había estado en esa parte de la iglesia y vi con agrado que guarda todo el sabor medieval. Franqueé una puerta de épocas pasadas, con sus cuarterones y sus cerrojos de forja, y me vi rodeado de coro y orquesta. Eran, nada más y nada menos, que un mix formado por miembros del Orfeón Pamplonés, otros de la Capilla de música de la Catedral y los profesores de la Orquesta Sinfónica de Navarra. Casi nada. Frente a mí otra puerta daba acceso a unas empinadas escaleras que subían al sobrecoro, en donde se encontraban las voces graves, para allí que me fui y subí todo lo alto que se podía subir, disfruté como un gorrinillo en un charco. Desde tan privilegiada atalaya regalé la vista con el espectáculo litúrgico, lleno de luz y color, que se ofrecía, desde la alta y cromática vidriera que corona el muro testero hasta los intensos rojos de las ropas talares de los celebrantes, y regalé el oído sintiendo como esas privilegiadas gargantas y esos virtuosos músicos, metían en mí a Bach, Mendelssohn, Haydn o Sagaseta, este último, D. Aurelio, andaba por allí disfrutando de lo que ha sido su vida, la música. Un templo gótico visto y vivido a esa altura tiene magia. Si le añades lo que allí sonó no hay palabras para definirlo.

Acabado el acto la Pastorcilla y este pobre juntaletras nos dirigimos a la sede de la Cofradía para socializar un poco en el día de su patrón. En ello estuvimos un rato, con uno y con otro, departiendo y haciendo unas risas en torno a una caña. Tras él momento cofrade, nos fuimos a tomar un pote y un frito, ¿hay algo más pamplonica que esto?, a la calle San Gregorio. El Museo fue el bar elegido, recuerdo el de antes, era un bar lleno de cabezas de animales disecadas, supongo que de ahí el nombre. Era como un museo de la naturaleza. Hoy ha cambiado, en nada se le parece, creo que incluso la barra está al otro lado. Tomamos nuestro frito, huevo y pimiento respectivamente, muy aconsejables, por cierto, y nuestro pote, y nos dirigimos a la Plaza del Castillo. Para llegar atravesamos una calle San Nicolás abarrotada de gente que disfrutaba del día de San Saturnino como mejor lo sabemos hacer: con la cuadrilla o con la familia de bar en bar.

Nos habían pasado el dato de que los dantzaris de Duguna iban a bailar bajo los balcones del Orfeón Pamplonés y nos invitaron a subir. Para allí que fuimos y subimos al segundo piso de la Casa del Toril. La más antigua de la Plaza del Castillo, entrar en esa casa es entrar en parte de la historia de los últimos siglos. Fue la primera casa que se levantó en lo que antiguamente era tierra de nadie. Su historia tiene miga, en realidad lo que se hizo fue prolongar una casa de la calle Pozoblanco por su parte trasera para instalar en ellas los toriles donde guardar los toros que se lidiarían en los festejos que en aquel campo se celebraban. Corrían los primeros años del siglo XVII. Ya en la segunda mitad de dicha centuria, se tiró la casa vieja y se levantó una más grande y de mayor categoría que es la que ha llegado hasta nosotros. Ella ha albergado de todo, desde los corrales de toros, de ahí le viene el nombre, a los Palcos Reales en sus balcones para ver los festejos, el Café Suizo de Matossi y Cía en sus bajos, el Ateneo, fue sede de Acción Republicana, de Falange Española después y hoy en día, desde 1946, alberga al Orfeón Pamplonés.

Tomamos posiciones en el balcón y esperamos. Al rato desde Chapitela empezaron a llegar los sonidos de Txistus, atabales y tamboriles, tras ellos, en animado pasacalles, fueron apareciendo los dantzaris ataviados con sus coloridos trajes, faldas, gorros, cascabeles y pañolones. Con ellos, intercalados y de la mano, más de 150 antiguos componentes del grupo, hicieron aparición en la Plaza y entraron en un círculo que el público había formado. Allí una pareja bailó primero un Belauntxingo de saludo, para salir a continuación todos al centro y bailar una animada jota, una purrusalda y una kalejira, tras lo cual se dio por finalizado el acto.

Bajamos y fuimos a echar la espuela a Estafeta, un par de consumiciones después y tras escuchar a un coro de castas en la puerta de Casa Sixto entonar un emocionante Boga-boga, dimos la fiesta por celebrada.

¡Viva San Saturnino!

Besos pa tos. l