Desde un piso alto y con amplia panorámica de la Cuenca de Pamplona, el lanzamiento de material pirotécnico tras las campanadas que anuncian el fin de un año y el inicio de otro se convierte en un espectáculo. El horizonte asoma salpicado de racimos de colores que encienden el cielo. Desde mi posición, la secuencia visible abarca desde Pamplona a Beriáin pasando, de derecha a izquierda, por Zizur y Galar. Desde cualquier punto emergen los cohetes que pintan un cielo impresionista. En el ámbito local, parece una competición no reglada entre vecinos, un concurso como el de los Sanfermines, más modesto y doméstico, pero marcando el terreno. Y la cosa va a más en los últimos años.

Los ayuntamientos regulan el uso del material pirotécnico por particulares. En la mayoría de los pueblos es requisito indispensable la petición de un permiso, algo habitual también en el caso de las bodas con estruendo de petardos. En Pamplona, el artículo 20 de la ordenanza sobre promoción de conductas cívicas y protección de espacios públicos, sobre ruidos, prohibe expresamente “disparar petardos, cohetes, bengalas y toda clase de artículos pirotécnicos que puedan producir ruidos o incendios, sin autorización municipal”. Pero, como en todo, unos se ajustan a la legalidad y otros la esquivan, total qué va a pasar… Antes de la Nochevieja, algunos municipios recordaron también que el margen de tiempo para el uso de fuegos artificiales debería ajustarse entre las doce de la media noche y la una de la madrugada. Ya se sabe que lo que divierte a unos es motivo de molestia para otros. El ruido que altera a ancianos y niños, las molestias que genera en los perros, que sufren auténtico terror, son los dos principales argumentos de quienes exponen sus quejas, cuando no su oposición frontal a esta práctica. Suele ocurrir también que una delgada línea separa a los legalistas de los aguafiestas.

Pero quemar pirotecnia implica un riesgo muchas veces no sopesado. Sobre todo en suelo urbano, por la cercanía de los edificios, y también en espacios abiertos por el riesgo de provocar un incendio en la naturaleza. Lo ocurrido en un bloque de 70 viviendas en Errenteria obliga a observar con atención esta práctica para evitar accidentes insospechados y, al mismo, tiempo, para que quienes se ajustan a la normativa actúen con responsabilidad. Acotando los riesgos, ya digo que el espectáculo merece la pena. Lo contrario es jugar con fuegos.