Ya sé que la sanidad no está para muchos trotes e ideas y prestaciones nuevas, la verdad, ya leo la prensa y me cuentan, pero por pedir que no quede. Lanzo aquí mi idea para el año que viene: sería una buena iniciativa que los ciudadanos que así lo soliciten en plazo y forma debidos puedan entrar en un programa específico para que entre el 21 de diciembre de cada año y el 7 de enero les pongan en coma inducido. Tú vas allá al hospital o al centro de salud, te cogen los datos, te cambias, te mandan a tu habitación y te sedan y ni niños de San Ildefonso, ni gente abriendo champán, ni prisas, ni regalos, ni empachos, ni toda esa pena espantosa de echar de menos cada año más a las personas que se fueron, ni campanadas, ni la prensa siempre con las mismas cosas, ni cabalgatas. Lo que se dice adiós, agur, ogbuá. Sin estridencias, ni dar la tabarra ni ser el Grinch. Ahí, una cosa rápida y limpia. Podrían habilitar pabellones deportivos, para poner a todo el mundo en hilera y que entraran más. Para mi tengo que sería una iniciativa bastante exitosa, porque, ya en serio, son unas fechas que suponen un golpe duro para muchas personas, personas que no es que no les guste estar alegres y positivas, es que no pueden. No pueden por los mil motivos que sean, como no pueden afrontar los gastos millones de familias que el otro día vi en un reportaje que funcionan pagando todos los gastos a crédito. Compramos la felicidad a crédito y nos imponemos unas obligaciones que a muchos no apetecen nada solo porque hay que pasarlas y para ello hay que tirar de adelantos de dinero o directamente pequeños créditos para hacer frente a regalos, comidas y gastos. Es el summun de lo grotesco. Y de la tristeza, por supuesto. Las Navidades están muy bien en ciertas épocas vitales o porque te apetecen, como obligación resultan exigentes y largas a muchos y, sobre todo, muchas.