Un soldado joven, guapo y valiente

Pompeyo (Gnaeus Pompeius Magnus), era natural de la región italiana de Piceno. Su padre, Cneo Pompeyo Strabo (literalmente, el estrábico), era un político y militar romano, procedente de la nobleza rural terrateniente, que al parecer habría muerto alcanzado por un rayo. Tuvo Pompeyo al menos una hermana, llamada Pompeya, pero se desconoce en cambio el nombre de la madre de ambos. Plutarco, escritor romano de etnia griega, que redactó su biografía en el siglo I, describió a Cneo como un joven guapo, de mirada lánguida y con el pelo “ligeramente levantado”, y comparaba su hermosura con la del legendario Alejandro Magno. Por desgracia, el retrato más conocido de Pompeyo, cuyo original está en la Glyptotek de Copenhague, y del que se conserva una copia en el Ayuntamiento de Pamplona, nos presenta al general entrado ya en años, cuando llevaba décadas alejado de los campos de batalla y cuando, de su belleza de juventud, apenas le quedaba el mechón de pelo levantado y arremolinado. En sus maneras y costumbres, siempre según Plutarco, Pompeyo Magno era sobrio, tranquilo y muy afable.

Cneo Pompeyo casó varias veces. Su primera mujer fue Antistia, hija de un juez que debía juzgarle, y con la que se casó a condición de ser absuelto, aunque terminarían por divorciarse. Se casó luego con Emilia, que previamente hubo de divorciarse de su primer marido, del que además se encontraba embarazada, aunque fallecería tras dar a luz. Se unió en matrimonio entonces con Julia, hija de Julio César y 24 años más joven que él. Parece ser que el cónsul llegó a estar sinceramente enamorado de la muchacha, pero esta murió sin cumplir los 20 años, al dar a luz una hija, y dos años después Pompeyo casaría con la última de sus mujeres, una joven viuda llamada Cornelia.

Pompeyo ‘carnifex’

La formación militar del joven Pompeyo comenzó con su propio padre, durante las guerras civiles, destacando al parecer por su valor y su fiereza, de suerte que le pusieron el sobrenombre de adulescentulus carnifex (el adolescente carnicero). Ganó su fama en las campañas de Hispania y África, logrando un currículum ciertamente impresionante. En la guerra civil que el dictador Lucio Cornelio Sila sostuvo contra el cónsul Cayo Mario y el general Sertorio, Cneo Pompeyo tomó parte a favor de Sila, contribuyendo a su victoria. Venció luego al rey Hiarpas de Numidia, así como al rey Mitrídates del Ponto (Turquía), y conquistó Judea, saqueando Jerusalén y causando la muerte de 12.000 judíos. Liberó el Mediterráneo de piratas, que habían llegado a acercarse hasta la mismísima Roma, barriéndolos del mapa en tan solo tres meses. Y contribuyó también a la derrota del gladiador Espartaco, capturando a más de 5.000 de los esclavos sublevados que huían, de manera que sus adversarios le acusaron de querer atribuirse la victoria en exclusiva. De hecho, las mayores críticas de su biógrafo Plutarco son por el endiosamiento en que cayó con el tiempo. Y pone un ejemplo. Cuando, después de sus victorias en África, Pompeyo se dispuso a hacer su entrada triunfal en Roma, hizo construirse un gigantesco carro, tirado por cuatro elefantes. Sin embargo, llegado el momento de atravesar la muralla, se dieron cuenta de que no cabía por las puertas, dándose una situación comprometida que sus enemigos políticos criticaron y ridiculizaron.

Pompeyo en Pamplona

Tradicionalmente se ha venido dando por bueno que en el año 75 a.n.e., y en el transcurso de la guerra que sostenía contra Sertorio en la Península, Pompeyo decidió retirarse a territorio de los vascones para pasar el invierno y aprovisionarse de víveres. Y se ha dicho también que, fruto de dicho contacto, llegó a establecer un pacto con los vascones, que era la tribu vasca más importante y extensa. Es entonces cuando se habría fundado Pompaelo, sobre un poblado vascón preexistente. Toda vez que el nombre vasco Iruñea no está documentado más allá de la Edad Media, desconocemos cómo pudo llamarse aquel primitivo poblado vascón, aunque algunos autores han aventurado que pudo tratarse del Benkota que se menciona en algunas monedas vasconas prerromanas, junto a la palabra Bascunes.

Ciertamente, no hay ningún testimonio arqueológico que identifique con certeza la actual ciudad de Pamplona con la Pompaelo que las fuentes incluyen entre las ciudades vasco-romanas. No obstante, parece bastante claro que la palabra Pamplona deriva de Pompaelo, y que esta proviene a su vez del nombre del cónsul romano Pompeyo. El geógrafo Estrabón, que escribió sus obras según los relatos de viajeros y veteranos de las legiones, en el siglo I a.n.e, fue el primero que mencionó de manera explícita la ciudad de Pamplona. El escritor griego al servicio de los romanos escribió, literalmente: “Por encima de la Jaccetania, en dirección norte, está la nación de los vascones, que tiene por ciudad principal a Pompelon, que quiere decir la ciudad de Pompeyo”. Por desgracia, desconocemos los términos del supuesto pacto que Cneo Pompeyo habría establecido con los vascones, ni si ello influyó en la ya de por sí abundante presencia de vascos militando en las legiones romanas. De lo que no cabe duda alguna es que llevar el nombre de un cónsul de la República, como Cneo Pompeyo Magno, era un buen comienzo para una ciudad del Imperio.

Guerra Civil y muerte

Como se ha dicho, Pompeyo alcanzó los mayores honores políticos y militares, siendo nombrado cónsul y formando parte del Triunvirato que gobernó la República. Sin embargo, no supo percibir a tiempo el ascenso fulgurante de la estrella que habría de eclipsarle, Julio César. Después de que Julia, hija de César y casada con Pompeyo falleciera, su antigua amistad se deshizo. Es más, según Plutarco, César maniobraba “en mitad del pueblo, minando en los principales negocios el poder de Pompeyo”. El enfrentamiento derivó en guerra civil cuando, en el año 49 a.n.e, César quebrantó la tradicional prohibición de acercarse a Roma acompañado de un ejército. Atravesó el límite del río Rubicón, y se encaminó a la capital con su XIII Legión, provocando la huida precipitada de Pompeyo, que había infravalorado la fuerza y la osadía de César. En primer término, Pompeyo se retiró a Brundisium (actual Brindisi), y de allí embarcó a Dirraquio, en Albania, donde tuvo un enfrentamiento con su perseguidor, a quien inicialmente venció. Inexplicablemente, Pompeyo renunció a perseguir a su enemigo, dándole la oportunidad de rehacerse, y pasó a Grecia por Épiro. Allí sería finalmente alcanzado por César, que lo derrotó completamente en Farsalia.

Tras la batalla, Cneo Pompeyo huyó como pudo, llegando hasta Egipto, donde esperaba encontrar la protección del jovencísimo faraón Ptolomeo XIII Filopátor. Prácticamente solo y sin protección, se dispuso a desembarcar en la playa de Pelusio y, allí, simulando ayudarle a descender de la barca, tres sicarios lo asesinaron. Según Plutarco, mientras le asestaban las puñaladas Pompeyo tan solo emitió un suspiro, “aguantando con entereza los golpes”, y “no hizo ni dijo nada indigno de su persona”. Tras su muerte, los asesinos le cortaron la cabeza y abandonaron el cuerpo, que fue recogido e incinerado por uno de sus sirvientes, aprovechando las maderas de una vieja barca. Las cenizas de Pompeyo fueron entregadas a su viuda, Cornelia, que las depositó en el Campo Albano de Roma. En cuanto a la cabeza, fue llevada como trofeo ante César, que se disgustó muchísimo al conocer el final indigno de su rival y antiguo amigo, y mandó ejecutar a los asesinos. Como es sabido, cuatro años más tarde, el propio Julio César sería asesinado en Roma, mientras presidía una sesión del Senado. También a César lo mataron a traición, asestándole 23 puñaladas, y quiso la Fortuna que su cuerpo ensangrentado cayera a los pies de la estatua de Pompeyo. Pero bueno, esa es otra historia...