Resulta muy comprensible que la viuda del guardia civil asesinado por una narcolancha en Barbate no quisiera que el Ministro del Interior, de quien depende en parte el cuerpo armado, fuera a colocar una medalla en el ataúd del fallecido, con domicilio en Sarriguren y de viuda e hijos navarros.

Si ves las imágenes de la lancha de juguete en la que patrullaban él y sus compañeros es lo más normal del mundo que no quieras medallas del ministro, tampoco si me apuras de mando alguno de la Guardia Civil, puesto que es tercermundista tener que enfrentarse así a embarcaciones mucho más grandes y potentes. Lo que ya no resulta tan normal –aunque visto el historial de tantos años sí que es comprensible– es que de cada desgracia de esta clase o similar que ocurre en esta sociedad en la que siempre se reacciona a toro pasado es que la derecha siempre quiera sacar partido político, como estamos viendo estos días en la derecha navarra, tan acostumbrada o más que su homónima española a hacer suyas las muertes.

Porque es su táctica habitual presentar mociones y declaraciones que no se limitan a lamentar lo sucedido o incluso condenar –lícito– las condiciones de trabajo, sino que aprovechan siempre el viaje para colar toda clase de alabanzas a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, cuando saben perfectamente que esta clase de textos van a encontrar resistencia en las formaciones abertzales, nada dadas a loa alguna a estamentos españoles. Como éstas no firman el total del texto, al final el mensaje que se traslada es que se niega la mayor, cuando no es así, pero el resultado buscado, que no es otro que plasmar estas diferencias, ya se ha obtenido.

Al final, la misma historia repetida, aburrida y triste, con familias rotas de por medio, y la sensación de que se busca más lo que diferencia que lo que une, aunque eso suponga no avanzar nunca ni un metro.