Andaban unos y otros enredados en medio de la polémica amnistía a Carles Puigdemont cuando los tractores han ocupado el centro de las ciudades. Ha sido una protesta improvisada, sin líderes ni demandas unitarias y es posible que se acabe diluyendo, canalizando sus demandas a través de las organizaciones agrarias tradicionales. Pero deja varios mensajes que el poder político debería escuchar si no quiere verse desbordado antes o después.

La protesta se ha precipitado sin un detonante claro, efecto contagio de unas movilizaciones que se suceden en el resto de Europa y que muestran un malestar en el sector primario latente desde hace tiempo. Que se ha incrementado con el alza de los precios, el coste energético y unas políticas europeas estrictas y burocráticas. Y aunque es en los pueblos donde más se van a sufrir las consecuencias de calentamiento global, en forma de inundaciones, incendios y sequías, es también allí donde más damnificados se sienten por la visión, marcadamente urbana, con la que se afronta la transición energética y digital.

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Tractorada: tractores en la Avenida Aróstegui taponan el nudo de Zizur Javier Bergasa

Es en el fondo un proceso global. La izquierda intelectual vive sobre todo en las ciudades, desde donde dicta dogmas que no siempre casan con la realidad de la vida en el mundo rural. Caldo de cultivo para la extrema derecha, que ha buscado la conexión desde una batalla cultural conservadora y reaccionaria como respuesta a un nuevo mundo que pese a todo es inevitable. Ejemplos hay muchos a lo largo de occidente.

Afortunadamente, España tiene la extrema derecha más estúpida de Europa y eso ha hecho que sus consignas, trufadas de machismo y nostalgia franquista, hayan tenido una penetración limitada hasta ahora. Escasa en el caso de Navarra y especialmente torpe en el resto del país. Lo que ha servido para movilizar a la izquierda en las últimas elecciones generales, salvando a Pedro Sánchez de una derrota que la derecha daba por segura. Pero no siempre será así.

El problema para los gobiernos europeos, y en parte para los gobiernos regionales, es que para algunos problemas no hay soluciones fáciles, porque no todos los problemas tienen solución. Conviene sin embargo diferenciar los importantes de los accesorios para no dar la impresión de estar alejado de la realidad en la que vive la gran mayoría de población. Porque ese terreno es fértil para los mensajes retrógrados, xenófobos o directamente antieuropeístas que se abren paso en buena parte de Europa.

La amnistía como señuelo

La tractorada de las dos últimas semanas sirve también como termómetro de un malestar latente desde hace tiempo que va más allá del mundo rural. Y que tiene mucho que ver con la sensación de agravio que la salida de la pandemia ha generado en determinados colectivos sociales, que se sentían seguros hasta ahora pero que empiezan a ver con preocupación su futuro y el de sus hijos e hijas.

En los dos últimos años se han disparado los costes de la energía, el precio de las hipotecas y de los alquileres se ha vuelto inasumible para mucha gente y, por lo general, el coste de la vida se ha disparado en todos los ámbitos. Y aunque los gobiernos, con especial empeño además el Gobierno de Sánchez, han tratado de aliviar la situación con medidas paliativas, resulta insuficiente para una clase media, rural como urbana, que por un motivo u otro se cree excluida de una red de ayudas que financia pero de la que no se siente beneficiada.

Resulta por todo ello especialmente llamativo que la discusión política gire casi en exclusiva en torno a la ley de amnistía y a Carles Puigdemont. O que Bildu, ETA y Txapote sigan siendo lemas recurrentes de campaña. Argumentos emocionales que pueden servir para movilizar el voto en un momento puntual, pero que se sobredimensionan hasta el absurdo.

Reflejo en cualquier caso de una burbuja mediática que interesadamente se infla desde Madrid para marcar la agenda política, pero que ni arregla ni oculta los problemas de fondo. Que siguen ahí y que de vez en cuando se hacen hueco en la actualidad desbordando las estructuras políticas, sociales e institucionales. Hasta que son eclipsadas por la siguiente polémica política.