La Euskadiko Orkestra, con buen criterio, se ha unido a los homenajes al gran escultor Chillida en el centenario de su nacimiento. Antonio Lauzurika ha sido el encargado de componer una música que ilustre, desde los sonidos, la agilidad de lo pesado, la robustez de la gravitación, la infinitud del horizonte acotado por el hierro, la utopía de vaciar una montaña y llenarla del silencio y del espíritu del escultor. Todo desde el elogio. Y, bueno, yo creo que mucho de todo eso revela la partitura “Chillida-elogios”. Mis vecinos de butaca, fieles oyentes, cuando hay un estreno, suelen comentar, con mucha gracia y un poco contrariados: “hoy tenemos música de laboratorio”, “de esa que consiste en echar notas a ver qué sale”. Pero, en este caso, –también en más de algún otro– la encontraron más que tolerable. Sobre todo porque identificaron toda la tímbrica de la percusión, y la densidad de la cuerda, con la materia transformada en arte por el escultor. Efectivamente el sonido de las planchas de hierro, –y el contrapunto del de las piedras–, está muy bien traído y bien encajado en toda la sonoridad de la orquesta; y, claro, se entiende muy bien; pero, es que, sobre todo, es la poderosa base sonora de la cuerda la que lo sostiene todo; y las líneas del viento-metal y los timbres de la percusión, los que muestran el material de la arboladura que lo remata todo y que el violín solista pule. Nunca abandonamos la densidad y fortaleza de la obra musical, pero tampoco la sensación de ligereza y de ensoñación que se da en el elogio de la utopía. Aplausos más que corteses para el compositor, que estaba en la sala, y para los intérpretes.

Comenzó la velada con la sinfonía número 8 de Hydn. No nos tiene acostumbrados la EO al clasicismo; las posibilidades de su orgánico nos llevan más al sinfonismo romántico y al del siglo XX. Siempre es agradable escuchar un Hydn, y casi siempre que lo interpretan estas grandes orquestas, nos parece con algo calibre de más del de los conjuntos historicistas. Pero en esta sinfonía lo importante es el lucimiento del contrabajo, poco habitual, –estupenda la solista–; del violonchelo, –impecable–; y del violín, –Anna Reszniak, la concertino, se lució durante todas sus intervenciones, a lo largo de la velada–. Lo demás: trompas, maderas y cuerda, en su sitio. Se obvió la broma que se suelen gastar los contrabajistas, el segundo increpa las repeticiones del primero.

La tercera sinfonía de Rachmaninoff no es de las más conocidas e interpretadas, y, sin embargo, de nuevo, Treviño y su orquesta le sacaron un brillo y un fundamento que, desde luego, en las grabaciones, no se aprecian. Fue fundamental el rubato (o sea ese sostener el sonido parando el tiempo) que el director manejó con verdadera maestría, haciendo un bellísimo mundo de los reguladores. Gana mucho, así, la cuerda, que aúpa a toda la orquesta. Mención para la familia de violonchelos. En el segundo movimiento, de nuevo lucimiento solista: trompa, arpa, violín, flauta, clarinete bajo. El scherzo, recio. El final es una exhibición de la disciplina de la orquesta y de la mano del titular. Los repentinos cortes, el puñetero pasaje fugado, el brillante final. Aquí sí que la batuta suena. Y como quiere el maestro. Gran versión.

Euskadiko Orkestra

Robert Treviño, dirección.

Programa: Sinfonía 8 de Hydn. Chillida-Elogios, de Antonio Lauzurika (1964). Sinfonía 3 de Raschmaninoff.

Ciclo de la orquesta.

Baluarte. 20 de febrero de 2024.

Casi lleno (de 10 a 38 euros).