A principios de 1980 Pamplona acogía ocho salas de cine, además del doble uso del Teatro Gayarre para representaciones y proyecciones. Poco tiempo después algunas fueron reconvertidas en el formato de multicine. Hoy, cuarenta años después, solo sobreviven los Golem. Antes de que el pequeño comercio del centro comenzara a bajar la persiana ante la presión de una gran superficie comercial, algunas empresas de entretenimiento apagaron los proyectores para siempre y otras fueron desmontadas butaca a butaca o derruidas junto a todo el edificio que las albergaba. La oferta de los bienes de ocio y consumo se trasladó al extrarradio. El término coloquial de ir al cine mudó en desplazarse a un cine (de la comarca).

Pero el horizonte no es optimista para esas salas en activo. Las plataformas digitales de televisión van a rematar esta otra gentrificación, la de los cinéfilos, que termina su recorrido llevándolos del corazón de la ciudad a ver los últimos estrenos en el salón de su vivienda frente a una enorme pantalla de plasma. Las películas más galardonadas en los Goya ya estaban antes ahí, al alcance del mando a distancia.

Montxo Armendáriz realizó recientemente un duro alegato contra “la tiranía” de las plataformas: “Son las que dictan el tipo de cine que se va a hacer y cuál no tiene cabida”, añadía. Como ocurre, a otro nivel de consumo, con la moda, la alimentación, los libros, la música o los muebles de los complejos comerciales. Son distintas películas pero con el mismo final.