A mí, como ser humano europeo, que vive a menos de 100 kilómetros de Francia, bastante cerca de Centroeuropa, no lejísimos de Ucrania o Rusia, me gustaría saber, porque se supone que estoy en este bando de la historia, qué es lo que se le pasa por la cabeza a un tipo como Emmanuel Macron cuando suelta que quizá hay que valorar la posibilidad de enviar tropas de la OTAN a Ucrania para luchar contra Rusia, conocer qué clase de mecanismo mental obra en esa cabeza que se levanta todas las mañanas sabiendo que es el personaje más poderoso de una nación milenaria y estupenda con 68 millones de habitantes para decirles, a ellos y a cientos de millones de europeos, que, oye, los tíos guays de los salones y las escalinatas igual os mandamos a la chusma a luchar contra los rusos. Porque cualquiera con dos dedos de frente sabe que una situación así desemboca casi al instante en un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN y de ahí al choque nuclear hay un día o dos como mucho. No sé si es mera estupidez, propaganda ante Zelensky o pura pose chulesca ante un Putin al que todos tienen muchas ganas, algo comprensible por otra parte. Lógicamente, salieron países como Alemania o UK o la República Checa y el propio mandamás de la OTAN a renegar de las palabras del pollo francés, que también comentó como quien comenta el partido del día anterior que igual se creaba una coalición de países para atacar Rusia con misiles de largo alcance. Lejos de mi idea es la de estar al lado de Rusia en este tomate, pero creo que algo de sentido común tengo y por suerte veo que en el liderazgo de otros países también es así, como es el caso de un canciller alemán que no se cansa de decir que esto no es una broma y que enviar misiles de largo alcance Taurus es una decisión arriesgadísima que está descartada. En todo esto asunto hay mucho fanfarrón y asustaviejas. En Rusia y fuera.