El 8-M nos llena la agenda de cosas buenas, de actos protagonizados por mujeres que tratan de mostrar, al menos por unos días, el importante papel que desempeñan las mujeres en todo el mundo y en casi todos los ámbitos de la vida. Desde el político, al deportivo, pasando por el cultural, económico, social, educativo, sanitario, etc. Unos días para vernos y escucharnos con calma, algo que tanta falta nos hace en estos tiempos líquidos, en esos encuentros siempre enriquecedores donde la empatía y la solidaridad refuerzan lazos y crean nuevas alianzas. Parar para seguir avanzando, cada vez más fuertes, más seguras, más convencidas de que al destino de la igualdad solo se llega si caminamos todos y todas en la misma dirección. En esta agenda de marzo inabarcable, a la que es imposible llegar, tuve la suerte de poder escuchar la charla Palestina tiene nombre de mujer, sobre la fuerza, siempre, y el sufrimiento, ahora más que nunca, de las mujeres palestinas que viven en Gaza. Una charla que ofrecieron en Roncal Ola Arafat, portavoz de la iniciativa Yala Nafarroa con Palestina y su amiga Ayat, vecina de Burgui. Lo que escuchamos allí es el desgarrador relato del sufrimiento inhumano que está padeciendo la población palestina en Gaza desde el pasado mes de octubre, mujeres, niños y niñas sobre todo. Miedo, inseguridad, violencia, violaciones de los Derechos Humanos y ahora el hambre, que se ha colado cruelmente ante la mirada del mundo, como una consecuencia más de la destrucción iniciada por Israel. Todas las organizaciones internacionales han hecho un llamamiento para pedir un alto el fuego inminente, para que entre ayuda humanitaria y alertan de que el hambre va a a acabar matando a aquellas personas que habían conseguido sobrevivir a los ataques. No hay esperanza en la “ratonera” en la que se ha convertido la franja de Gaza y quienes resisten allí lo saben. Ahora, cuando a las niñas y niños se les pregunta qué quieren ser de mayor, responden que no van a ser mayores. Ellas nos cuentan que las mujeres palestinas son fuertes, tienen estudios, sacan adelante a sus familias y tratan de transmitir a sus hijos el orgullo de su origen y la importancia de contar con una formación para tener futuro en la vida. Pero se lo han arrebatado todo de golpe. Sus hijos están muertos o van a morir de hambre y ellas no tienen nada para darles porque lo han perdido todo; les han desplazado de sus casas, de sus trabajos, de sus vidas. En este Día de la Mujer les tiene que llegar nuestro apoyo, que sientan que no están solas,  que su dolor hoy es más que nunca el nuestro y que tienen derecho a vivir y a sonreír para recuperar la esperanza.