“Y ahora le ha tocado a mi novio”. El político afortunado con el sorteo del caso de presunta corrupción esta semana ha sido política: la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Mientras el caso Koldo deambula en medios, tribunales, tertulias y parlamentos, llega a escena el caso del novio de Ayuso, al que la Fiscalía le acusa de defraudar con facturas falsas 350.000 euros a Hacienda. El novio es el último protagonista de la familia en ser salpicado por casos más bien oscuros tras el padre, la madre, el hermano y el ex marido. Y eso sin contar la muerte de más de 7.000 ancianos y ancianas abandonadas a su suerte sin traslado a hospitales, sin cuidados paliativos ni atención médica en residencias de Madrid porque, según la propia Ayuso, iban a morir igual.

Un listado por el que cualquier político o política de una democracia real ya hace tiempo que estaría a otra cosa. El posible fraude a Hacienda de su novio actual, Alberto González Amador, fue solo el principio, informaciones posteriores le señalan también por el cobro de dos millones en comisiones por contratos de mascarillas en plena pandemia de la covid-19, un caso similar al del tal Koldo del PSOE. Y con una empresa beneficiada por la privatización de servicios públicos de Sanidad en Madrid, una trama oscura que se expande por diversas comunidades y que siempre tiene como resultado un botín para los beneficiarios y perjuicios para los ciudadanos.

Indigna y alucina también ir sabiendo del inmenso negocio que fuer la compra y venta de mascarillas y de la enorme cueva de Alí Babá que oculta los beneficios a costa del erario público de la privatización de servicios sanitarios. De momento, al menos en Madrid. Ayuso es especialista, de la mano de los medios que le apoyan a cambio de subvenciones y ayudas, en aparecer siempre como víctima, pero esta denuncia exige una explicación clara y transparente, la misma que la Ayuso y el PP demandan al PSOE por otros casos similares, aunque tiene mucha pinta de que la propia información ya lo explica todo. Ayuso –además de lo de casa de un millón de euros y el maserati y otras derivadas que saldrán–, es un ejemplo de la peor política que triunfa en estos tiempos. No hay nada de gracioso en sus mensajes. Al contrario, esa degradación política que anida en Madrid y arrastra al Estado ha entrado ahora en otra fase abrupta de bronca permanente.

Una guerra de guerrillas en un todos contra todos. El triunfo de la mentira en política es su dimensión más inhumana. Un estado de la política en el que se ha instalado el todo vale sin coste alguno. Los medios de la broza digital o escrita, muchos son los mismos que alimentaron y sigue alimentando las inmensas mentiras sobre los atentados de la masacre del 11-M, dirigen los tiempos y señalan el camino final. Nada que no hubiera ya ocurrido en el PP de Gürtel, Púnica, los sobres de Bárcenas, el espionaje de las cloacas policiales de Kitchen y el interminable listado de casos de corrupción y de delitos vinculados a financiación ilegal, tráfico de influencias, pago de sobresueldos, saqueo de recursos públicos, etcétera. Y en otro listado similar en la cuenta del PSOE. Feijóo guarda silencio y mira para otro lado porque sabe cuál fue el destino de su antecesor Casado tras denunciar públicamente el caso anterior de las comisiones, también por mascarillas, del hermano de Ayuso. Síntomas de la gravedad de una democracia enferma.