Cuando miro por la ventana veo tejas, chimeneas, una veleta con una carabela inmóvil, cielo, nubes y monte urbano. También gaviotas que graznan y, muy al fondo de este paisaje, ventanas de otros edificios. Quienes viven tras ellas necesitarían unos prismáticos militares para ver qué hago. Como confiamos en que no los tienen andamos por casa con la libertad que otorga creer que tu intimidad se encuentra a salvo, como cuando paseas por un bosque virgen el día que aprendes a caminar o buceas desnuda en el Mediterráneo rodeada sólo de agua un quince de mayo. Esto es tan así que el jueves por la mañana cuando mi hijo, con el pijama a medio quitar, descubrió a un hombre caminando sobre el tejado de enfrente, se tiró al suelo como quien se lanza a una zanja ante la primera ráfaga de fuego enemigo. ¡Ama! ¡Nos vigilan! El tipo no se inmutó, yo tampoco. Él iba a lo suyo, a no matarse de un resbalón, y yo, a lo mío, a terminar de vestirme para sacar al soldado de la zanja y bajarlo al cole.

Tuvimos suerte de que ese hombre fuera un técnico reparador de tejados y no un profesor de instituto, concretamente el que ha sido imputado en Navarra por grabar a su vecina de abajo con una microcámara que descolgaba desde su ventana. También había colocado otra en el baño mixto destinado a docentes y empleadas del centro escolar en el que impartía clase este curso –ahora ya no–, y en los probadores de varias tiendas en la comarca de Pamplona. No sé si será consciente de que sus tres disparos han atravesado el centro de la diana. En sus actuaciones este tipo ha invadido todos los espacios que preservan la intimidad física: nuestro hogar, un baño, un probador. Son lugares en los que nos desnudamos en muchos sentidos, sitios en los que hacemos todo eso que nos gusta hacer cuando creemos que nadie nos mira. Hay decenas o centenares de víctimas a las que la Policía Foral está identificando y notificando que aparecen en esas grabaciones. Para que podáis denunciarlo.