Hola personas, bienvenidas a la primavera. Ya veis, todo acaba y todo llega. El invierno del 24 ya es historia y estrenamos esta bonita primavera que según dicen los entendidos en esto de las predicciones, va a ser un poco primaverano. Bueno, pues sea bienvenida.

Esta semana que acaba de terminar ha tenido entre sus días dos de triste recordación, el día 11, en el que se rememoraron los terribles y despiadados atentados del 2004, y el día 14, 4º aniversario de aquel fatídico día del 2020 en que nos encerraron a todos en casa y comenzó aquella travesía dura y dolorosa que fue la maldita pandemia del Covid, que se cobró miles de vidas y que nos cambió muchas de nuestras arraigadas costumbres. Confiemos en que ninguna de las dos circunstancias vuelva a repetirse.

Bien, dicho lo cual y como la vida, por suerte, sigue su curso, nosotros a lo nuestro. Esta semana me he dado un paseo largo y bonito, un paseo nuevo, novísimo ya que he paseado por dos zonas de la ciudad que se encuentran en su más tierna infancia y otra que está en la adolescencia. Veamos.

Hoy, jueves, por la mañana, más bien tarde, ya con el sol en lo alto y el consiguiente calorcito del mediodía, me he echado a la calle y he tomado dirección Sur, he atravesado el parque de D. Serapio Esparza, aquel insigne arquitecto que cuadriculó las 99 manzanas que componen el segundo ensanche pamplonés, y, por la avenida del Papa Wojtila, me he adentrado en terrenos del nuevo barrio de Lezkairu, del que se podría decir que es el ensanche del ensanche. Hace un tiempo ya paseé por él y hablé de él, pero es que este lugar pide un recorrido de vez en cuando para ver todos los cambios que experimenta, ya que se encuentra en pleno crecimiento. Es un barrio chulo, con casas potentes de precios potentes, pero hoy al recorrerlo por entre sus calles lo que más me ha llamado la atención ha sido su silencio, se diría que aún conserva el silencio de los campos de cereal que ocupaban ese suelo hace cuatro días. Se respira tranquilidad, no tiene ese runrún de ciudad, de coches, de sirenas, de músicas, que encontramos en otras zonas.

Tras recorrerlo en dirección Este y tras pasar las viejas casas que formaban el viejo Soto, en la zona de la desaparecida fuente de la Teja, lugar de meriendas y juegos veraniegos, he llegado a Mendillorri, que es barrio seminuevo y el último en anexionarse a la capital. Esta extensión de la ciudad es obra de la última década del siglo XX y tiene dos partes, la de arriba, con su gótico palacio de cabo de armería, residencia, según Ignacio Baleztena, del malvado gigante Kilikizarra, y la de abajo, en la que, como elemento diferenciador y recordatorio del pasado, ha quedado en pie la enorme chimenea, levantada en 1914, de la Nueva Tejería Mecánica, más conocida como la Tejería de Mendillorri. He dejado a mi derecha la enladrillada torre y he entrado en Mendillorri de abajo por la calle de Ramón de Aguinaga, decimonónico ingeniero de caminos, padre de muchas líneas ferroviarias de la península, he llegado a una enorme plaza, llamada del Soto, por la que he salido a la calle San Guillén, ya sabéis aquel que vino de lejanas tierras hasta el señorío de Amocain a matar, y mató, a su hermana Santa Felicia y luego le hicieron santo, qué cosas. Cuando iba andando por ella, a mi derecha, he visto un colegio que hacía esquina con una calle perpendicular a la que yo llevaba. En la pared del centro escolar una placa indicaba el nombre de esta otra vía, y he visto que rendía homenaje a Martín de Zalba, obispo de Pamplona entre 1377-1403, eso quiere decir que este fue el obispo que se comió el mayor marrón de toda la historia episcopal de Pamplona ya que durante su mandato, la noche del 1 de julio de 1390, se derrumbó la vieja catedral románica, quedando en pie solamente la fachada. D. Martín fue uno de los impulsores de la nueva catedral gótica, no solo desde su autoridad sino también desde su bolsillo.

He seguido mi camino y he entrado en calles de señoríos y concejos. Es un barrio que está diseñado con mimo, entre todos los edificios que conforman las manzanas hay espacios verdes con arbolillos que, haciendo honor al calendario, están todos ellos reventones de flores y de color. No son casas de muchas alturas y muchas de ellas tienen habitada la planta baja que cuentan con el correspondiente mini jardín. Tres calles que empiezan por E, Egües, Echalaz y Egulbati son las encargadas de albergar tiendas, bares, bancos y demás servicios, las demás son residenciales. Al final de todo he llegado a un gran parque verde que he recorrido por su perímetro, entre casas he visto una salida que me ha llevado a un camino que he tomado a mi izquierda y por el que he llegado a la carretera de Sarriguren, aquella vieja y estrecha carretera que en tiempos de mi infancia era carretera de excursión dominical con mi abuelo para ir a recoger en sus setos moras y pacharanes y que hoy tiene cuatro carriles, cientos de viviendas a cada lado, grandes superficies comerciales, alguna fábrica, rotondas y una intensidad de circulación que hace que en una hora pasen los mismos coches que antes pasaban en un mes.

He cruzado la carretera y he entrado en Ripagaina que es un núcleo de población, que se reparten entre Pamplona, Burlada, Valle de Egües y Huarte. Es una zona que la están haciendo con mucho acierto, tiene buenas casas, zonas ajardinadas y todos los servicios. He entrado por Lisboa y sin necesidad de tren ni de avión me he desplazado por muchas ciudades de Europa. He cruzado a Berlín, para llegar allí he atravesado un parque infantil en el que he visto un tobogán que me ha dejado alucinado, me ha mostrado que estamos en el futuro , servidor que se crio tirándose por los toboganes del foso de la Media Luna que eran puro hierro cortante y abrasador, no daba crédito al ver un largo tubo plateado, cerrado, no apto para niños claustrofóbicos, en el que por fuerza se han de tirar tumbados y en los que la experiencia tiene que ser muy diferente a lo que experimentábamos nosotros. He seguido mi viaje, he dejado Dublín a mi derecha y en nada estaba en Ámsterdam y en Bruselas. Todas las ciudades me han gustado, pero esta zona de la capital belga me ha encantado, casitas de tres y cuatro alturas, con grandes terrazas, terrenos y piscinas privados, grandes espacios entre ellas y bonitos diseños. No conocía la zona, pero me ha parecido envidiable.

Tras asomarme a un mirador que muestra el frente noreste de Pamplona y Burlada a sus pies, he vuelto sobre mis pasos para regresar a casa con el gusto de haber conocido un poco más mi ciudad.

Feliz primavera.

Besos pa tos

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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