Hola personas. Me alegro de volver a estar con vosotros. Esta semana traigo un paseo ciertamente atípico, un paseo de altura, y cuando digo de altura lo digo literalmente ya que os voy a contar un paseo que me di el sábado pasado montado en una avioneta y sobrevolando las Bardenas Reales.

Un primo mío, que es un loco de los vuelos y todas estas cosas, yo creo que ha pasado más horas de su vida en el aire que con los pies en suelo firme, me invitó, hace ya días, a sobrevolar la Bardena, cosa de difícil consecución por ser área de vuelo restringido debido a la existencia del polígono de tiro militar, pero, por lo visto, el otro día abrieron la mano y permitieron que unas avionetas surcasen el cielo de nuestro desierto foral.

La cita era a las 10 de la mañana en el aeródromo Agua Salada que se encuentra en el término municipal de Tudela. Para estar allí a la hora convenida salí de casa una hora antes y hubiese llegado puntual, como un inglés a su té, si no llega a ser porque me perdí, me fui hacia Alfaro, tuve que dar la vuelta y hasta que encontré el aeródromo en cuestión, ubicado en mitad de la nada, recorrí unos kilómetros inútiles que me hicieron llegar con unos minutos de retraso. Nueve eran los aparatos que iban a sobrevolar las tierras bardeneras y allí estaban todos con sus pilotos apretando está tuerca, repasando la presión de esta rueda, asegurando el cierre de aquella puerta y, en definitiva, preparando un vuelo con todas las medidas de seguridad que son menester cuando se trata de levantar los pies del suelo unos cuantos metros. Mi primo no era menos y con un pequeño destornillador levantó dos tapas laterales que el “parato” tenía en el morro a derecha e izquierda y que escondían un montón de piezas que tocó y retocó dando el visto bueno y cerrando de nuevo tornillo por tornillo. Yo miraba, preguntaba idioteces y callaba.

A eso de las 10:45 todos los pilotos y acompañantes nos reunimos en círculo y el jefe del aeródromo les dio las directrices a seguir, saldremos hacia el Sur, viraremos a 300 metros para evitar aquellos cables y tomaremos hacia el Este, o quizá dijo al Norte y al Oeste, no lo sé, pero era algo así, a continuación pasaremos el Ebro y ya entraremos en la propia Bardena. Diseñaron el orden de posición en la salida y nos montamos en los diferentes artilugios. Nosotros, por ser los que llevábamos el avión más lento, salimos los penúltimos, detrás nuestra despegó un autogiro, el EC-HC6. Si D. Juan de la Cierva y Codorniu levantase la cabeza estaría orgulloso de ver cómo ha evolucionado su niño. Los aviones fueron levantando el vuelo uno tras otro, y al EC-FD7 le siguió el EC-ES4 y a este el EC-GV6 y los demás, todos ellos una maravilla de aparatos, auténticas joyas de diseño y mecánica, tras el EC-ED4 nos llegó el turno a nosotros. Enfilamos la pista de despegue y en un decir Jesús el suelo se iba haciendo cada vez más lejano y el hangar era cada vez más pequeño.

Seguimos la ruta indicada y en pocos minutos estábamos sobrevolando la A-15, a la izquierda se adivinaba Castejón, en frente Valtierra y Arguedas; sobrevolamos el Ebro que me encantó verlo desde semejante punto, no me pareció tan ancho y majestuoso como se ve desde tierra, pero lo vi en su viaje entre cultivos, con alguna isla en su cauce y de un verde esmeralda largo y calmado. A sus orillas pequeños arbustos formaban pequeños bosques y tras estos a derecha e izquierda se organizaban un sinfín de campos de cultivo en todos los tonos de verde que puedas imaginar, perfectamente organizados a tiralíneas. De vez en cuando se veían balsas de riego de dimensiones considerables. No todo era naturaleza, en unos campos reconocí las líneas negras de huertos solares.

Tras el agro, el desierto. Parece mentira que, junto a toda esa riqueza, separado por nada, nazca una tierra tan desértica como son las Bardenas Reales. De extensión considerable, más de 41.000 hectáreas, son estas Bardenas un terreno peculiar en todos sus aspectos, desde su consideración administrativa regida por una junta llamada Comunidad de Bardenas, que la rigen las 22 entidades, dos valles, Roncal y Salazar, un monasterio, La Oliva, y 19 municipios, que tienen derechos en ellas y que se llaman congozantes, hasta el uso y explotación que de ellas se hace, que van desde un polígono militar de tiro aéreo, hasta el pastoreo, predios son del pastor por excelencia, el pastor bardenero, la explotación agrícola, ganadera y cinegética y la explotación turística. Casi nada, y eso que es un desierto.

Nuestro vuelo tras dejar atrás las ricas tierras que riega el padre Ebro, entró en la Bardena árida, seca, inmisericorde. La orografía es alucinante, el viento, el agua y el tiempo han esculpido una serie de barrancos, surcos y elevaciones, llamados cabezos, que le transportan a uno a escenarios extraterrestres. Al pie de algunas de estas elevaciones veo campos de cereal trabajados y verdeando, no todo es desierto. Un sinfín de caminos recorren estas tierras.

En unos minutos nos encontrábamos sobrevolando la diana del polígono de tiro, junto a ella 6 aviones Phanton que posiblemente estén como coladores por la cantidad de balazos que les habrán metido, tenían pinta de ser otro tipo de diana, al verlos amartillé mi tirabeque y disparé, pero… fallé, nunca fui bueno para la guerra, con lo que no fallé fue con mi cámara y me traje para casa las imágenes que posiblemente nunca vuelva a ver.

Abandonamos la zona militar y nos acercamos a ver el archifamoso Castildetierra, auténtico monumento natural, emblema de las Bardenas que da, incluso, forma a su imagen institucional. Desde arriba no parece tanto como es. A sus pies se encontraban un autobús, una veintena de coches y varias motos lo cual quitaba magia al enclave.

En estas estábamos cuando mi cuerpo comenzó a protestar, un sudor frío se apoderó de mi frente y un malestar generalizado me invadía, mei dei, mei dei, comuniqué a mi piloto, vuelve a tierra que me estoy poniendo malo. Cambiamos de rumbo y dirigimos nuestro vuelo hacia el aeródromo para aterrizar de urgencia, en breves minutos tocamos tierra, nada más hacerlo, aun rodando, el Chato levantó la puerta para que me ventilase, lo cual me alivió, pero el mal seguía. El avión paró y a duras penas pude bajar, no me sujetaba en pie, creía morirme, uno que por allí se encontraba, y que conocía perfectamente lo que me estaba sucediendo, me dio a beber un agua azucarada que me mejoró un poco, pero yo seguía fatal, me tumbé en el asiento del coche y hubo de pasar una hora y media, hasta que fui persona y fui capaz de ponerme al volante para volver a Pamplona. Hasta las 19:30, no recuperé la normalidad.

Soy paseante de tierra y el sábado pasado me quedó bien claro.

Besos pa tos.

Facebook: Patricio Martínez de Udobro

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