Vi hace unas semanas una foto de una sesión o pleno del Ayuntamiento de Pamplona y me sorprendió la descomunal cara de hastío del antaño concejal de Igualdad, Carlos Salvador, y de la anterior alcaldesa, Cristina Ibarrola.

No era un hastío, creo, propio de estar escuchando alguna chapa cósmica –que se oirán, vengan de donde vengan– o de tener que atender explicaciones de rivales políticos, que siempre aburre bastante, sino que me dio la impresión de que era algo más profundo, que venía de más adentro: no les apetecía estar allá, de hecho era lo que menos les apetecía en ese momento y si lo estaban es porque fueron elegidos para ser o regidores u oposición y por mero compromiso estaban allá, presentes. Pero si pudiesen saldrían por piernas de semejante tarea, que no va a ser otra que hacer frente al rodillo en el que siempre se convierte un ayuntamiento o un gobierno cuando ostenta mayoría más que suficiente y además sostenida en prácticamente dos tercios de los partidos representados.

La moción de censura no solo descabalgó a Ibarrola y su equipo de la alcaldía y de los proyectos que tenían en mente para Pamplona, sino que posiblemente descabalgó a todos los concejales de UPN y a su equipo de la ilusión por un trabajo con el que muchos soñarían. No lo critico, ojo, me limito a señalarlo, porque veo humano perder de golpe la motivación cuando has tenido la sartén por el mango y de repente te ves relegado al rincón de rumiar la derrota, porque por ahora ni siquiera ha pasado suficiente tiempo como para más.

Entre medio, Ibarrola se ha hecho con los mandos de UPN, al parecer se ha construido un despacho propio e individual en el despacho consistorial de UPN y según dicen pisa el ayuntamiento para poco menos que lo justo, lo que corroboraría esa sensación de que la tarea municipal ahora mismo le resulta poco menos que una carga. Aquella foto así lo insinuaba.