El anuncio de Pedro Sánchez de que el Estado español reconocerá a Palestina como Estado, al mismo tiempo que lo han comunicado también Irlanda y Noruega, es una buena noticia. Un paso importante de las palabras a los hechos. Simbólico, pero con sus consecuencias jurídicas y políticas. Con estos tres países son ya 11 los Estados de la UE –los nueve anteriores son Bulgaria, Chipre, Eslovaquia, Hungría, Malta, Polonia, República Checa, Rumanía y Suecia–, y suman ya 146 y el Vaticano los que han dado ese paso en la ONU. Además, no descartan hacerlo Malta, Bélgica y Eslovenia. Francia tampoco lo rechaza. La decisión es importante porque añade más presión a un Netanyahu ya agobiado por la propuesta del Fiscal de la Corte Penal Internacional de ordenar su arresto por crímenes de guerra. Y sobre todo debería abrir la puerta a una nueva negociación equilibrada entre las dos partes, Palestina e Israel, impulsar el fin de la acción-reacción dictada por el eje violencia-odio y reducir la influencia y poder de los sectores más extremistas tanto sionistas como palestinos. Pero tampoco vale engañarse y hacerse ilusiones optimistas. La realidad hoy es que el pueblo palestino está abandonado a su suerte y a la desesperanza. Sin ninguna oportunidad. Es un territorios fragmentado, aislado y colonizado con violencia constante. No sólo en Gaza, donde todo está ya destruido, han muerto más de 35.000 personas, miles de ellos niñas y niños y mujeres, y más de 800.000 deambulan sin agua ni alimentos de una zona a otra siempre bajo el riesgo de los bombardeos indiscriminados, sino también en Cisjordania, donde los colonos sionistas más extremistas disparan y asesinan impunemente a los palestinos y persiguen y acechan a los ciudadanos del resto de las religiones que allí conviven. El abandono de las naciones árabes a Palestina, la indecencia de la política de EEUU de apoyo total e incondicional a Israel hagan lo hagan sus dirigentes y el seguimiento acrítico a esa estrategia y la división interna en la UE permiten una situación de desolación y sufrimiento inimaginables hace solo unos meses. La vía hacia el diálogo realmente resolutivo pasa por el reconocimiento mutuo, la garantía de igualdad de los derechos civiles y políticos de los palestinos, incluidos los nacionales, y el establecimiento de regímenes verdaderamente democráticos. Tampoco se puede olvidar que el paso del tiempo, el enquistamiento de las posiciones y los sucesivos episodios de guerra, terrorismo y violencia indiscriminada han generado un caldo de cultivo para las opciones más extremistas. Israel está hoy dirigida por los sectores más radicales del sionismo, ultraortodoxos y ultraderechistas xenófobos empeñados en nuevas ocupaciones, expulsiones y matanzas de palestinos. Y en Palestina, en Gaza especialmente, Hamas y su apuesta por la violencia terrorista más su enfrentamiento también con Fatah, el grupo próximo a la Autoridad Nacional Palestina, con mayor influencia en Cisjordania,debilita aún más la capacidad de negociación de la causa palestina. Tanto Israel como Palestina saben que el mantenimiento permanente del conflicto lastra el futuro de ambos pueblos. El único paso debería ser el reconocimiento mutuo de dos Estados en igualdad de condiciones. Pero, como ya he escrito antes, no hay razones para el optimismo.