El nombre de una calle

El sociólogo navarro José Antonio Jáuregui decía que los nombres de las calles son los nuevos altares ciudadanos, donde la sociedad coloca a los personajes que admira y que quiere, de alguna manera, honrar y recordar ad aeternum. No es el caso, desde luego, de la pamplonesa calle Jarauta, que hace referencia a una persona que vivió en Pamplona en el siglo XIX, pero que es un perfecto desconocido para la práctica totalidad de la población de la vieja Iruñea. Estamos persuadidos de que, si se preguntara por el origen del nombre de esta castiza calle, muy pocos serían capaces de aportar algún dato relevante sobre la vida de la persona a la que va dedicada. Veamos.

Joaquín Bonifacio Francisco Jarauta Arizaleta, que así se llamaba nuestro protagonista, nació en Pamplona el 6 de junio de 1829, en el seno de una familia netamente navarra. Era hijo de Facundo Jarauta Abárzuza y Mª Antonia Petra Arizaleta Asiain, naturales ambos de Cirauqui. De hecho, su familia provenía casi enteramente de dicha localidad, donde la presencia de apellido navarro Jarauta se remonta hasta la época de su bisabuelo, Blas Jarauta Redín, nacido en Milagro en 1724, pero desplazado hasta Cirauqui para casarse con una joven de dicho pueblo, Mª Josefa Lezaun.

Tres de los abuelos de Joaquín nacieron en Cirauqui, y tan solo su abuela paterna era natural del valle navarro de Gesalatz. Desconocemos las circunstancias en las que Joaquín Jarauta recaló en Pamplona, pero imaginamos que tendrían que ver con sus estudios y su trabajo, puesto que ejerció toda su vida como hombre de leyes. Se casó con una joven llamada Josefa Sarasa del Villar, pero no tuvieron hijos, dato que posteriormente será, como veremos, determinante.

Magistrado brillante

Ya hemos dicho que Joaquín Jarauta fue hombre de leyes, y desarrolló una brillantísima carrera como abogado y como magistrado. Según los datos que hemos podido recabar en la prensa de la época, desempeñó su función en la magistratura en Tremp (Lleida, 1885), Tafalla (1885), Coruña (1889) Zaragoza (1981) y Pamplona (1896). Fue también Diputado Primero de la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de Navarra (1880), presidente de la Junta de Distrito Electoral de Aoiz (1898), y poco antes de su jubilación fue nombrado Fiscal de la Audiencia de Bilbao, cuyo cargo desempeñó entre junio y noviembre de 1898 (La Tradición Navarra 1-11-1898).

Fue además concejal de su ciudad, tomando posesión de su acta de regidor el 1 de marzo de 1877. Son tiempos convulsos y de posguerra, y con él comparten consistorio personajes pertenecientes a familias relevantes de la ciudad como los Galbete, Ubillos, Irujo, Navasal, Lorda y otros. Además, al final de su legislatura, y por dimisión del anterior alcalde, Esteban Galdiano, Jarauta hubo de hacerse cargo de la alcaldía de la ciudad, que ostentará tan solo durante 4 meses, entre abril y julio de 1881. En el breve plazo de su mandato toma decisiones sobre todo de “mantenimiento” de la vida municipal, acometiendo obras de reparación en la plaza de toros, en el abastecimiento de agua y poco más.

Acuerdo para denominar la antigua calle de Pellejerías como “calle Jarauta y Sarasa”.

Muerte

Según hemos podido saber por la prensa de la época, Josefa Sarasa falleció el 31 de mayo de 1902, y su esposo Joaquín Jarauta 4 años después, el 13 de febrero de 1906, cuando contaba 77 años. Y como ya hemos adelantado más arriba, el matrimonio murió sin hijos ni herederos legales, por lo que decidieron dejar sus bienes a la Casa de Misericordia de Pamplona. El fantástico legado consistía en una enorme cantidad de dinero, 121.651 pesetas de la época, además de acciones, muebles, ropas y otras muchas pertenencias. En la sala de juntas de la Casa de Misericordia se conserva un retrato de Joaquín Jarauta, realizado en 1895 por Eduardo Carceller (1844-1925), pintor valenciano afincado en Pamplona.

Procede del legado otorgado por los Jarauta, y gracias a él contamos con una imagen veraz del abogado pamplonés. Representa a don Joaquín con su toga de magistrado, entrado ya en años, sentado en una silla y apoyando su brazo sobre una mesa. Se trata de un retrato concebido de manera tradicional, donde la atención se centra en el rostro, que resulta algo inexpresivo, casi “congelado”, y unas manos que reciben un tratamiento mucho más realista, casi fotográfico. Destaca así mismo la minuciosidad de las medallas y las puntillas de las mangas, símbolo de la actividad profesional de Jarauta. La lividez del rostro destaca sobre el fondo neutro y la toga negra, centrando la atención del espectador, y la nota cálida viene dada por un ampuloso cortinaje rojo, que enmarca y cierra la composición por la izquierda.

Una ciudad agradecida.

Como es normal, la noticia de tan suculenta herencia causó gran impacto en la ciudad, y la prensa de la época no ahorró elogios hacia el matrimonio fallecido. Y de inmediato surgieron las muestras de agradecimiento. Tras aprobarse la colocación de una placa de agradecimiento en la propia Casa de Misericordia, el 3 de mayo de aquel mismo año, dos concejales, Julián Zamborán y Manuel Espinosa, presentan una moción en el pleno municipal para dedicar una calle de la ciudad al magistrado fallecido.

Y para ello, deciden aprovechar una aspiración del vecindario de la antiquísima calle de Pellejerías (actual Jarauta), que no estaban satisfechos con su nombre. El título de la calle provenía de la Edad Media, estaba documentado ya para el siglo XIV, y respondía al hecho de que en dicha calle estuvo asentado el gremio de peleteros, fabricantes de artículos de piel y cuero. Y la cuestión es que algunos habitantes de la ciudad se dirigían a las mujeres de esta calle como “pellejas”, con ánimo de escarnecerlas, puesto que de dicha manera se solía llamar en Pamplona a las prostitutas. Los propios Zamborán y Espinosa argumentaban que el título de “Pellejerías” no les parecía “nada simpático”.

Pleno polémico y sorpresa final

De este modo, el acuerdo plenario del 3 de mayo de 1906 posibilitó que, por primera y única vez, una calle de Pamplona recibiera el nombre de uno de sus alcaldes. Claro que, como hemos visto, este hecho se debió a la donación altruista que había realizado Jarauta, y no a su condición de exprimer edil. La propuesta defendida por Zamborán y Espinosa recibió de inicio la réplica del concejal Eustaquio Echave-Sustaeta, que no pareció muy conforme con los argumentos expuestos. El citado concejal se mostró de acuerdo en dedicar algún tipo de homenaje al difunto filántropo, pero aseguraba que consideraba “impropio” dedicar a tan importante personaje “una calle de tercer orden”. Tal cual.

Le replicó el alcalde en funciones, Javier Arbizu, afirmando que, siendo cierto que la calle Jarauta era una de las más pobres de Pamplona, le parecía perfecto que se le diera el nombre de una persona que había dejado su herencia a los más desfavorecidos de la ciudad. Ya in extremis, intervino otro concejal, llamado Juan San Julián, para hacer una aportación final. Según dijo le constaba, por testimonios cercanos, que la propuesta de que el matrimonio formado por Joaquín Jarauta y Josefa Sarasa dejara su fortuna a la Casa de Misericordia fue idea de la mujer, y consecuentemente proponía que la calle se dedicara a ambos. Y he aquí que la propuesta finalmente aprobada fue la de denominar en adelante la antigua calle de Pellejerías como “CALLE DE JARAUTA Y SARASA”.

Hoy en día, la totalidad de los rótulos identificativos colocados a principio, final y en los cruces con otras calles rezan escuetamente “CALLE JARAUTA”, sin mayores concreciones. Y sin embargo, a la luz de lo que puede leerse en el Libro de Actas Municipales del 3 de mayo de 1906, el acuerdo municipal adoptado por el Ayuntamiento de Pamplona especificaba claramente que el título con el que en adelante debería nombrarse esta sencilla, proletaria y castiza calle de la vieja Iruñea no era otro que CALLE DE JARAUTA Y SARASA. Grandes cosas veredes… que diría aquel.