Cuando los criterios racionales mínimos se relajan, ya me entiendes, o sea, cuando se relajan los criterios mínimos racionales hasta el extremo de que el verdugo se hace la víctima y acusa a la víctima del ser el verdugo, y hay jueces para todos los gustos y gustos para todos los jueces, porque los límites se han borrado o tal vez se han emborrachado (que todo puede ser) y ya nadie los respeta, entonces, Lutxo, viejo amigo, en ese momento aciago, digo, es cuando empiezan los problemas, ya me entiendes, los problemas de siempre con sus locas trompetas a rebato. Ya ha pasado otras veces. Pretender no verlo es perverso. Los problemas de ese veneno moral llamado Da lo mismo esto que lo otro porque todo es mierda, ya están aquí. Una vez más. Puede que sean recurrentes, claro. No lo descartaría. Como los tsunamis. Porque los tsunamis son recurrentes, ¿no? No estoy seguro. No obstante, ya ha empezado Roland Garros. Lo que significa que ya está aquí el final de curso. Qué maravilla. ¿Hay algo mejor que El final de curso, viejo gnomo? Se sigue llamando así, ¿no? ¿Final de curso o fin de curso? Da lo mismo. En nuestros tiempos no había nada como el final de curso. Ya se habían acabado los exámenes y abrían las heladerías. Qué tiempos. La vida cambia muy deprisa en unas cosas y muy despacio en otras. Y en lo que es elemental no avanza mucho, Lutxo, le digo. En lo que es elemental de verdad, no avanza nada, dice él. Pero estamos entrando claramente en una época en la que la autoridad y el autoritarismo recuperan el prestigio que suelen adquirir en los malos tiempos. La infancia que añoramos no existió jamas. Es un engaño de la mente. La inventamos nosotros. Y la recreamos y maquillamos, con unos coloretes o con otros, cada vez que volvemos a evocarla: es un sueño: somos soñadores. Demasiada realidad se nos hace insoportable.