Si lo tuviera claro apoyaría al Frente Popular de Judea o al Frente Judaico Popular, pero a saber quién lleva razón en la pugna fratricida por el espacio público. Y si me quedaran ganas glosaría un manifiesto donde se dice que “desde el respeto a la diversidad, por encima de diferencias ideológicas, intentan construir un ambiente inclusivo”, y preguntaría por los límites concretos de tal integración multicolor. O, puesto a divagar, recordaría que a la Fiesta de los Tabernáculos, al Sucot hebreo, con perdón, Raimundo Olabide le llamó Txosna-yaia hace ya casi un siglo, en aquella traducción del Viejo Testamento salvada de las llamas en el bombardeo de Gernika. Y desearía que ese hermoso neologismo saltara del contexto religioso al ámbito lúdico, para gozar de un verano donde las Txosna-jaiak no fueran tanto Summer festival.

No obstante, aprovecharé hoy este espacio para alentar al zagal voluntarioso de la txosna, comisión, comparsa, peña, coordinadora, así, en general, al entusiasta utópico sea tigre o león. Pues, aunque raras veces comparta su receta, ni falta que le hace, es digno de aplauso ese afán por arrimar el hombro y ofrecer el ocio a un proyecto colectivo. En una época de voraz individualismo, grisáceo practicismo y malditismo de palco, cuando el modelo juvenil es un youtuber mileico o un andorraico gamer, asombra esta chavalería comprometida, presta a guardar un rato el móvil y levantar sueños –y alguna pesadilla, no nos engañemos– con mecanotubo. Ya habrá tiempo de desengañarse, acuñar criptomonedas o acabar medrando en la pomada institucional, pero que no sea a los veinte, bro.