Lógicamente, me da ternura el nuevo entrenador de Osasuna, Vicente Moreno, que ha caído en el club en uno de esos momentos malos en los que uno puede caer en un banquillo: sustituyendo a todo un tótem de la afición y posiblemente al entrenador más querido de la historia junto con Alzate.

Ni siquiera Zabalza en su tiempo –con el paso de los años seguramente sí– era tan valorado cuando estaba en activo en el banquillo de Osasuna –de hecho fue cesado por Ezcurra en la 93-94– como lo ha estado Arrasate desde casi su llegada. Por eso, el papel que le queda por delante a Moreno no es nada sencillo, aunque, bien visto, puede estar a la altura requerida si es lo suficientemente inteligente y honesto como para ni siquiera plantearse ganarse el cariño de la afición de la manera en la que se la ha ganado Arrasate en seis años.

Si desde el inicio analizas que ese aspecto es un logro prácticamente inalcanzable y que no tiene sentido gastar energías en esa línea y te centras en el plano deportivo y en darle caña a tus superiores para que te traigan lo mejor que puedan y te dejen lo mejor que puedan, pues lo mismo haces una campaña lustrosa y todos contentos. Porque no nos engañemos: el último año de Arrasate ha sido tirando a flojillo, en cuanto a juego y en cuanto a resultados, con varios jugadores bastante por debajo de lo que se esperaba de ellos y rachas de partidos difíciles de ver, por decirlo de una manera suave.

Afortunadamente, la salvación ha estado muy barata este curso –el último que ha bajado ha sido con 33 puntos, o sea que con 34 te salvabas– y la distancia y tranquilidad bastante grande desde muy pronto, lo que ha restado tensión clasificatoria y social en medio de las rachas negativas. Moreno, si da con las teclas de la plantilla y la refuerza dignamente, por qué no va a poder hacernos olvidar que sí, que somos Osasuna, pero que bastantes días no hemos jugado a nada.