Algo huele a podrido en Madrid, una dosis de la capacidad de decadencia y destrucción del juego de poderes que se libra en una batalla constante allí. Aburre tanto como inquieta. El debate en el Congreso que aprobó definitivamente la Ley de Amnistía reflejó en toda su dimensión el alcance de ese ensordecedor e insoportable ruido que emana de la política de Madrid, en realidad de todas las estructuras de poder que allí sientan sus posaderas. Una política y un poder que siempre está necesitado de un enemigo al que combatir. Un miedo que señalar. Y un otro al que quemar en la hoguera de turno. Deberíamos dejar de hablar de Madrid. Pero no parece que eso sea posible. La capacidad política y mediática de expandir su griterío es infinita. Y si no es suficiente, se amplía con los apoyos que sean necesario. La justicia es otro ámbito que no descansa si de eso se trata. No dejar en paz al resto. Piensas en un día cualquiera, una actividad cualquiera y un asunto de debate social o político cualquiera y siempre aparece en primera fila Madrid levantando la mano y hablando de lo suyo. Como si ése suyo fuera el común del resto de nosotros. Resulta difícil eludir esa necesidad de acapararlo todo. Ahora es la juerga política y el barullo mediático que se traen allí con la vista puesta en las elecciones europeas del próximo domingo. La amnistía es sólo el cebo para la escenificación de la misma estrategia que ya ensayaron para manipular e intoxicar los contenidos de la Ley del sí solo es sí. Otra excusa tras la que parapetarse para difundir sus insultos y mentiras. Ni siquiera es ya Puigdemont la caza a batir en está cacería que comenzó hace seis o siete años. Es la involución antidemocrática del Estado. Pero de normal puede ser el fútbol, la climatología o la tauromaquia o cualquier asunto. Aunque la realidad es que una gestión política desastrosa durante años a manos del PP ha dejado los servicios públicos en estado crítico y con la calidad del debate político en nivel tabernario. Y esa caótica realidad parece que debe ser la realidad del resto del mundo, aunque no tenga nada que ver. Por ejemplo, con Navarra. Desconocen casi siempre de aquello sobre lo que hablan y opinan, pero lo hacen con ese desprecio de superioridad sobre quienes consideran apenas un grupo de aldeanos o de montañeses de provincias. Su idea base es que Madrid es España, su concepción centralizada y pequeña de lo que en realidad es un Estado español plural y plurinacional, y de ahí no se bajan. Tampoco les importa reducir España a solo Madrid. Es muy viejo este estado de las cosas. La mezcla de nepotismo, centralismo, corrupción, fondo de reptiles y una clase política absurda e incapaz –Díaz Ayuso solo es un nombre más en una larga lista–, ha permitido instalar un sistema de privilegios para unas elites empresariales, judiciales, militares y financieras que campan a sus anchas en este desgobierno, ilegalidades y falta total de valores. Madrid hace tiempo que es el ejemplo a no seguir. Y ahora tampoco. Ese fragor guerrero permanente de Madrid es insufrible. Mejor optar por otra dirección. Porque es fácil prever que la polarización, la bronca y la información basura alrededor de eslóganes de fácil consumo van a seguir imponiendo su poder al debate político público, a lo común y a la convivencia democrática. Desafección y cansancio social.