El otro día la acción en las redes tenía que ver con que un simpatizante o integrante de la extrema derecha le había soltado una guaska a un cómico después de que este escribiese en la red social X a un post con foto del de extrema derecha con su hijo. No voy a reproducir aquí lo que el supuesto cómico puso del futuro del hijo del de extrema derecha en respuesta a esa imagen, pero era algo francamente desagradable, pasado de vueltas y con relación cero con el humor. Por supuesto, en redes –y quizás también en la calle– es imposible argumentar nada del estilo “pues a mí la hostia me parece mal y el padre será un pieza pero el chiste o la gracieta era una pasada faltona de mucho cuidao”.

Si no estás directamente en el bando de la libertad total de expresión –porque el atacado es de extrema derecha, imagino– entonces estás en el bando del que defiende la violencia para solventar sentirse herido y además eres un neonazi. Esto funciona así, es o blanco o negro, no hay grises ni puedes ofrecer mucha explicación a que las palabras del cómico directamente te den asco y que te darían el mismo asco si son sobre el hijo de un neonazi, de uno de izquierdas, de un socialdemócrata o de quien sea.

Al parecer, no es la primera vez que el supuesto cómico utiliza las redes para desahogarse y en ocasiones anteriores ya había expresado ideas similares en cuentas de miembros de la extrema derecha, que a su vez no habían tenido reparo alguno tampoco en escribir burradas sobre otras personas y situaciones de la vida. Vamos, que se trata de la clásica demostración de que en muchas oportunidades las redes son un fangal. El asunto es que, no obstante, hay gente que a esas salidas de pata de banco les sigue llamando humor o libertad y a mí, la verdad, soltar burrada tras burrada me parece una cuesta abajo. Se vuelque sobre quien se vuelque. El martes, por suerte, pidió disculpas. Le honra.