Estos días pasados ha tenido lugar el Campeonato de Europa de Atletismo y han vuelto a sonar las alarmas por la cantidad de comentarios racistas y xenófobos que se han visto en las redes sociales a cuenta de que varias medallas hayan sido logradas por atletas españoles que no se apelliden González. Ana Peleteiro, Mohammed Attaoui, Jordan Díaz y Thierry Ndikummenayo han tenido que soportar al facherío, que sigue prefiriendo vivir en 1940 o antes, cuando los únicos extranjeros eran los nazis que venían a estar con Franco. Atletas algunos de ellos nacidos en España, otros llegados en la infancia u otros que cumplen los requisitos legales, pero no suponiendo nada diferente a lo que lleva sucediendo décadas en Francia, Gran Bretaña, Italia, Portugal, Alemania o la inmensa mayoría de Europa. O lo que se hizo aquí con Di Stefano, Puskas, Kubala, Brabender, Luyk, Myers, De la Cruz, Dujshebayev o Muehlegg, por ejemplo, a los que su condición de blancos les permitió no ser señalados por la horda de memos a los que ahora sí que les molesta que negros o árabes defiendan los colores de España. Se toleraban a uno o dos, al Sibilio de turno, al Donato o al Marcos Sena de turno, pero lo que no puede ser es que esta España vaya camino de vulgar copia de Francia, que son todos negros menos 3. Este es el estado de las cosas actualmente, con no pocos conciudadanos crecidos en su creencia de que es más español un tipo blanco de Betanzos que una atleta negra de Ribeira o que María Vicente. Es pretender vivir en un mundo que ya no existe, cuando el 15 o el 20% de la población es venida del extranjero y la que con su trabajo y aportación -y sus defectos, por supuesto- está sosteniendo un país cuya tasa de natalidad es muy baja. El reflejo de esto en deporte es, por tanto, algo lógico, como poco a poco lo está siendo en otras esferas de la vida y de la sociedad, para picor de muchos.