A finales de lo noventa, Miguel Bosé editó un álbum al que puso por título ‘11 maneras de ponerse un sombrero’. Eran once versiones de canciones de otros autores. No sé si ese complemento tan elegante de la indumentaria permite dar tantas vueltas diferentes en la cabeza, pero siendo 7 de julio caí en la cuenta de que una prenda mínima como el pañuelo es bastante más versátil. Observen a las gentes que circulan estos días por la ciudad.

Yo soy de los de anudarse el pañuelo rojo por delante frente a quienes defiende que hay que hacerlo por detrás del cuello; algunos de estos argumentan que es la forma natural, ya que San Fermín fue degollado y la sangre roja le brotaba por donde la garganta. Esto es lo tradicional, pero el pañuelo puede verse también en las muñecas, en los tobillos, en la frente al modo cinta de tenista y hasta cerca de los bíceps si permite presumir de musculatura.

Ha caído en desuso la adaptación que las gentes del campo y peones de la construcción hacían del humilde pañuelo a modo de boina para protegerse del sol, aplicando cuatro nudos, uno en cada extremo. Y, sobre todo, en caso de necesidad fisiológica, de barbilla salsera o salpicadura cervecera, el pañuelo siempre te puede sacar de un apuro.