Europa respiró el domingo. Francia no podía permitirse caer en manos de Le Pen. Con Orban y Meloni ya era suficiente. El miedo a la extrema derecha ha servido para unir y movilizar a una buena parte del país. Sabemos que lo difícil viene ahora, construir un nuevo proyecto político tras la derrota del enemigo, pero lo contrario era regresar a las sombras tenebrosas de la II Guerra Mundial. La democracia no va de esto pero el miedo funciona, en todos los órdenes de la vida, tanto como el orgullo. Hablando de orgullo cómo no recordar la mítica escena de la película Casablanca: en el Café de Rick (el gran Bogart) la actriz Madeleine Lebeau –blanca, elegante y muy francesita– cantando el himno nacional francés -la marcha revolucionaria La Marselleise frente a los oficiales alemanes que habían ocupado el Marruecos francés. “Vive la France!, Viva la democracia”, entonaba. Muchos jóvenes ni conocerán la peli, pero forma parte de su historia. Han pasado 80 años y, hoy, un rostro de color, el de la joven cantante francesa más escuchada en Internet, Aya Nakamura, pidió el voto contra la extrema derecha. Mensajes que seguramente han calado más entre la gente joven que otras proclamas. Dicen que la artista y compositora de origen maliense va a interpretar canciones de Edith Piaf en los Juegos Olímpicos. Ésa es la Francia real. Un país con diferentes identidades y, a partir de ahora, con el primer diputado abertzale en la Asamblea Nacional.