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Octava

OctavaUnai Beroiz

El concejal Martínez cabeceaba cariacontencido en su ascensión por la calle Curia en el retorno a la Catedral tras la procesión de San Fermín. Con mal cuerpo dentro del Cuerpo de Ciudad. Un abanico arco iris aliviaba su temperatura corporal, embutido en el frac y tocado con la chistera. Nada refrigeraba su contrariedad política. A su derecha atronaban los gritos de “UPN, kanpora”. A su izquierda, el agudo contrapunto de un par de silbatos soplados desde un grupo de personas de esa militancia. Alguna acusación de “cuneteros”. Otra de “pederastas” dirigida hacia los representantes de la Iglesia Católica, sin duda universal a tenor de las procedencias de la mayoría de los portadores de cruces parroquiales. Vuelta a la “normalidad”, escribían algunos titulares de prensa. ¿Indulgencia o sarcasmo?. La normalidad de los gritos y las fobias. Solo agresividad verbal. El unánime Manifiesto Social por la Convivencia aprobado por los grupos municipales y difundido con cacareo como un logro histórico, hecho añicos en la calle: insultos esporádicos al alcalde Asiron y bulla hostil en Curia. El regreso a la plaza Consistorial, tras el bello momentico tradicional en el atrio del templo, fue muy deslavazado. Por falta de coordinación o por estrategia. La cuesta quedó liberada para un descenso rápido de la encapsulada Corporación. Arrancó cuando La Pamplonesa estaba ya en Mercaderes. El papel político lo aguanta todo. Hasta un acuerdo de buenos propósitos. La calle tiene vida propia. El alcalde Asiron y su cofradía recuperaron la ausencia a la Misa de San Fermín puesta en práctica en su anterior mandato (2015-2019). Bildu y Geroa Bai hicieron lo mismo que los integrantes no políticos del Cuerpo de Ciudad: escaparse a almorzar. Sutil diferencia entre procesionar con Santo, curas y cruces (folclore) y asistir a misa (sacramento para creyentes). Nunca hincarán el diente al debate magro: unas fiestas ni religiosas ni taurinas. Ni tan alcohólicas.