Los Sanfermines no sólo suponen una paliza para el cuerpo de quienes los celebran. También la parte histórica de la vieja Iruña se resiente de la intensidad de las fiestas. Fachadas, portales y jardines, principalmente, sufren los excesos del jolgorio que se apodera durante nueve días hasta del último de los rincones del Casco Antiguo.

Y la transformación que experimenta la ciudad se deja sentir un tiempo. Exceptuando el vallado del encierro, para cuya retirada ni siquiera se espera al ¡Pobre de mí!, la reversión hacia la ansiada normalidad es progresiva y en algunos casos lenta. Demasiado lenta. Pasan los días y las huellas del desfase siguen ahí visibles. Primero se van desmontando los baños portátiles –insuficientes habida cuenta de los ríos de orín vistos por la capital– y luego se retiran los contenedores tradicionales para recuperar los de recogida neumática.

Algunos de ellos estaban en el rincón de la calle Calderería, que ha permanecido en un estado de suciedad lamentable hasta este viernes, pese a ser el paso que utilizan la mayoría de los vecinos para acceder al Centro de Salud. Un margen excesivo desde cualquier punto de vista. De la recuperación de los jardines de la Plaza del Castillo ni hablamos. Paciencia.