Un aparente error humano en la codificación de una simple y rutinaria actualización informática de un software antivirus provocó el pasado viernes un apagón informático sin precedentes a nivel global que desató el caos en industrias, instituciones y servicios, muchos de ellos esenciales, en todo el mundo. Los sectores más afectados fueron el transporte –con especial incidencia en los aeropuertos de prácticamente todo el mundo–, la banca y las instituciones –sobre todo en el ámbito sanitario, donde generó problemas para la atención a pacientes o el establecimiento de citas médicas–, pero perjudicó a numerosas empresas, también de Navarra.
Aunque ayer la gran mayoría de los ordenadores y procesos que fueron afectados por esta caída masiva del sistema operativo Windows de Microsoft –uno de los más utilizados internacionalmente– funcionaban ya de manera correcta, se trata de un fallo muy grave que afectó a millones de personas. Es inconcebible que una firma como CrowdStrike, uno de los líderes mundiales en ciberseguridad y propietario del software Falcon que causó el problema, haya podido generar el que ya se considera como “el mayor apagón informático de la historia”, cuyas consecuencias últimas aún están por evaluar.
Este grave incidente revela varios problemas a los que se enfrenta la hipertecnologizada sociedad actual. Por un lado, la excesiva dependencia de la informática en todos nuestros sistemas económicos, sociales e institucionales, en aspectos y sectores especialmente sensibles y esenciales para la vida diaria como la banca, el transporte o la salud. Una dependencia que está amenazada, además, por la también excesiva vulnerabilidad de los propios sistemas operativos y sus distintos programas, aplicaciones y servidores, poniendo con demasiada frecuencia en riesgo la intimidad y seguridad de los ciudadanos.
A ello hay que añadir también el serio riesgo que supone la desmesurada concentración existente en el campo de la industria tecnológica, con muy pocas pero muy grandes y poderosas compañías que copan prácticamente todo el mercado de productos y servicios añadidos, lo que multiplica los efectos de un fallo, como ha sido el caso. De momento, Crowd-Strike, la firma causante, no ha pasado de pedir disculpas, sin asumir responsabilidad alguna. Alguien –la UE, en nuestro caso– debe exigírsela y obrar en consecuencia.