Avatares familiares
El libro de bautismos de la parroquia de San Cernin certifica que Joseph Pascual Madoz nació en Pamplona a las 11’30 horas del 17 de mayo de 1805. Su padre, Juan Francisco Madoz Astiz, era natural de Goldaratz, al igual que los abuelos, que se llamaban Miguel Juachin Madoz Dindacoa y María Antonia Astiz Aldaz. En cuanto a la madre, María Bartolomea Ibáñez Iriarte, era natural de Pamplona, siendo los abuelos Fermín Ibáñez Arteta, de Bearin, y María Josepha Iriarte Osés, de Sesma. Provenía por tanto de una familia arraigadamente navarra y, al menos por parte de padre, netamente euskaldun. Según el historiador leonés Javier Paredes, que escribió una obra sobre Madoz en los años 80, el padre tenía una concesión para la venta de pólvora, mientras que la madre administraba un estanco de tabaco. El domicilio familiar estuvo en la calle Mayor nº 13, y allí vivieron, además de Pascual y sus progenitores, una hermana de la madre y dos criadas.
En 1813, y cuando Pascual tiene 8 años recién cumplidos, la familia se traslada a vivir a Barbastro, debido a los negocios del padre, y desde este momento la trayectoria vital de Pascual apenas va a mantener vínculos con la ciudad que le vio nacer. Estudió en los escolapios de Barbastro, y posteriormente en la Universidad de Zaragoza, donde se licenció en Leyes. Por fin, en 1838 y cuando tiene ya 33 años, se casa con una joven madrileña de tan solo 13, llamada Matilde Rojas Iglesias, con la que tendrá 5 hijos, cuatro chicas y un chico. De ellos, el único hijo varón murió muy joven, en 1857, y apenas dos meses después, en una sucesión de desgracias familiares y reveses políticos, murió otra de sus hijas.
De activista clandestino a ministro
El joven Pascual demostró desde el primer momento gran interés por la política, manteniendo siempre posiciones radicalmente progresistas. Cuando cuenta 18 años se produce la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviados para reinstaurar el absolutismo de Fernando VII en España, y el joven Madoz toma las armas y se une a la resistencia. Luchará en Monzón y Barbastro, encuadrado en las milicias populares, pero serán finalmente derrotados, y Madoz hecho prisionero. A partir de este momento se siente estrechamente vigilado, por lo que tomará el camino del exilio en 1831. En París traba contacto con los círculos de expatriados españoles, ganando protagonismo político, aunque sus padres pagaron esta actividad con el embargo de sus bienes, y él mismo tuvo que ganarse la vida abriendo una academia de lengua y escritura. Acogido a la amnistía de 1832 regresó a la Península, estableciéndose en Barcelona. Comienza así, cuando cuenta 27 años, la fase culminante de su larga carrera política, así como su relación afectiva con la ciudad condal, vínculo que llegaría más allá incluso de la muerte.
Desde la plataforma que supuso dirigir un diario progresista, El Catalán, Madoz va medrando en los círculos políticos del país, mientras se sucede toda una serie de revueltas, motines y pronunciamientos, que culminan con la nueva Constitución de 1837, y la obtención de un escaño como diputado para Madoz. Acusado de organizar las revueltas que dieron con Espartero en el exilio, es detenido y encarcelado nuevamente en 1844, aunque se librará de ser deportado al resultar absuelto en el juicio celebrado contra él. La llegada del Bienio Progresista de 1854-1856 encumbrará a Pascual Madoz hasta lo más alto de la política. Nombrado en primera instancia gobernador civil de Barcelona, su gestión dejó tan buen sabor de boca en la ciudad y entre la clase política que en 1855 será nombrado ministro de Hacienda. Su labor consistió esencialmente en sacar adelante una ley de desamortización.
La ‘Ley Madoz’ de 1855
Hoy en día es sin duda la desamortización el hecho al que más frecuentemente se vincula la figura de Madoz. A mediados del siglo XIX existía un consenso bastante amplio sobre la necesidad de limitar las propiedades de clero, órdenes militares y ayuntamientos, y por ello se juzgaba la venta de esos bienes improductivos y muertos como una oportunidad de impulsar la economía y proporcionar ingresos al Estado. Las consecuencias de esta desamortización fueron muy variadas y afectaron a todos los sectores de la sociedad. De manera muy resumida diremos que fueron positivas en lo económico, especialmente para el Estado, aunque los pueblos vieron muy mermados sus ingresos. Ello derivó en el surgimiento de toda una nueva clase de propietarios, que concentró la posesión de la tierra, mientras que los campesinos se empobrecieron y en muchos casos se vieron abocados a emigrar. Supuso además la pérdida del patrimonio artístico vinculado a los conventos clausurados, y fue todo un desastre en el terreno ecológico, al traer consigo la tala masiva de antiguos bosques comunales.
El Diccionario de Madoz
La otra gran aportación personal de Pascual Madoz fue su Diccionario Geográfico, Estadístico e Histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1850), que ilustra la capacidad de trabajo, la potencia intelectual y el carácter marcadamente polifacético del pamplonés. Consta de 16 volúmenes, y para su elaboración contó con la participación de 1.484 colaboradores, repartidos por todas las provincias del Estado, Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Su redacción le llevó 17 años, y en ella se refiere a su Euskal Herria natal con el nombre de “Euskaldunia”, afirmando que “los vascos formaron siempre una nación, cuyos distintivos fueron la independencia, el aislamiento y el denuedo. Siempre hablaron su antiquísimo idioma y siempre constituyeron una confederación de pequeñas repúblicas, hermanadas con el vínculo de su origen y habla común”.
Hombre rico, hombre pobre
Pero el retrato de Pascual Madoz no quedaría completo si no abordáramos su faceta como hombre de negocios. Y es precisamente en este ámbito en el que existen algunas sombras sobre la figura de Madoz, pues se afirma que aprovechó la desamortización para impulsar sus propios negocios de manera especuladora. Efectivamente, fundó junto con otros socios la compañía La Peninsular, dedicada a la compra de fincas desamortizadas para su posterior edificación. Fruto de estos y otros negocios, durante una etapa de su vida Pascual se convierte en un acaudalado empresario. Llegó a poseer 8.000 olivos y 23.000 vides, y se construyó una villa de corte señorial en Zarautz. No obstante, y como en tantas ocasiones suele acontecer, al rapidísimo ascenso le siguió una no menos acusada crisis, que en los últimos años de su vida le llevó al borde mismo de la ruina.
Podría decirse, sin temor a exagerar, que Pascual Madoz murió en acto de servicio. En el año 1870, tras la expulsión de la reina Isabel II, que terminaba con la monarquía borbónica, la pugna entre monárquicos y republicanos concluyó con la elección de Amadeo de Saboya, duque de Aosta, como nuevo monarca. Pascual Madoz fue incluido en una comisión de 28 diputados que, a bordo de tres fragatas, habría de trasladarse hasta Italia para informar al nuevo rey, pero con una salud ya mermada, Madoz enfermó a causa de las bajísimas temperaturas, y falleció en Génova a las 19.00 horas del 7 de diciembre de 1870. La ciudad de Barcelona, que siempre conservó buen recuerdo de su gestión, logró de la viuda el permiso para enterrarlo en la ciudad catalana, que algunos años después, en 1889, le construyó un magnífico mausoleo. Tampoco Pamplona olvidó al joven que con 8 años había salido del nº 13 de la calle Mayor. Ya en 1890 se le dedicó una calle sin portales en el Primer Ensanche, detrás del actual Parlamento, pero en 1937 se decidió otorgarle una de las calles de su nuevo y flamante Segundo Ensanche, que aún conserva. Como conclusión a este capítulo, recordaremos con tristeza que, a su muerte, los acreedores se abalanzaron ávidamente sobre el patrimonio de Madoz, de manera que en 1875, en el testamento de su viuda, se asegura que no tenía más bienes que “el corto mobiliario existente en la habitación que ocupa, y las ropas de su uso”.