A menudo tienes la sospecha de que algo no va bien. Y no sabes qué. Pero eso nos pasa a todos, Lutxo, viejo amigo. Es lo normal. Es una sospecha universal. Y tienes que aprender a vivir con ella. O, si lo prefieres, a sobrevivir, claro. Es igual. Muchos se pasan la vida sospechando que carecen de talento y la mayoría de ellos se mueren con la duda. Repito: es lo normal. Y no pasa nada, absolutamente nada.
De todas formas, siempre he tenido una especie de pánico irracional hacia las cosas que se suelen considerar normales. Lo confieso. No pánico extremo, claro. Desconfianza y rechazo: eso sí, Lutxo. Pero bueno, estamos Lucho y yo un día más ahí, en la terraza del Torino, contemplando el efervescente fluir de los eventos (con los párpados, no obstante, a media asta) y me suelta: Llevo unos días pensando en comprarme un saco de boxeo. Eso me suelta. Esa es, al parecer, su reflexión de hoy. Y le contesto: Sí, ya lo sé, viejo gnomo, ya me lo habías contado. Y dice: Sí, lo llevo pensando hace bastante.
¿Hace bastante? Me parto: lleva diciendo lo del precioso saco de boxeo con soporte de pared desde hace diez años. Y no se lo compra. Pero sueña con él, eso está claro. Sueña con ese saco colgante de cuero rojo lleno de arena de vete tú a saber qué exóticas playas. Pero bueno, se imagina a sí mismo golpeando el saco con fuerza y cree que eso le vendría bien. Tanto a su cuerpo como a su espíritu. Somos seres fantasiosos.
Yo, por ejemplo, en esta época, solía soñar con viajar en el Transiberiano. Supongo que hasta me convencí de que, si no lo hacía, nunca sería yo mismo. Pero volviendo a Lucho: últimamente, dice mucho la palabra Carbohidratos. Y me preocupa. No pasa una hora sin que mencione, por la razón que sea, los carbohidratos. Hay días que ni le entiendo. La verdad es que, Lutxo, a veces me cuesta admitir que seas un producto de mi mente, le digo. Y me suelta: Pues anda que a mí.