Al hilo de esto del festival de hamburguesas que se está celebrando estos días en la Rochapea y que comentábamos el otro día se está generando también un cierto debate acerca de las molestias que esta clase de cosas suponen en las ciudades, con colas para aparcar, atascos y molestias, etc. Bien, no quiero parecer El Grinch, que se amarga con todo, ni mucho menos, porque ya dije que en general estoy a favor de los eventos que sean y que den vidilla a una ciudad, aunque lógicamente tengan su cara B. Y, como antiguo habitante de lo Viejo y sufridor de toda clase de aglomeraciones y jaleos de mil padres y condiciones, también estoy a favor de que la gracia de nuestro señor se reparta por las calles y barrios para que todos los habitantes de la ciudad se puedan hacer a la idea de qué supone vivir en lo Viejo. Esto no significa que me alegre de que ningún vecino tenga que soportar puñetas, ni que celebre que las cosas se organicen mal, sino que creo que, como ciudad, sería importante efectuar un estudio serio de dónde y cómo ir repartiendo eventos para no saturar ya más el centro y, de paso, que otras zonas de la geografía urbana pasen a primer plano. Con eso no pretendo tampoco asegurar que tenga que convertirse La Runa en otro punto a masacrar cada vez que se plantea algo, sino precisamente lo contrario: que se analicen bien ubicaciones para repartir lo más posible el pastel, teniendo en cuenta, por supuesto, los intereses de los organizadores, claro, pero no solo sus intereses, sino también los de los vecinos. Digo porque hay pamploneses que aún no han oído una voz más alta que otra desde 1966 y otros en cambio soportan mambo 130 días al año desde que nacieron. Y eso no está escrito en las ordenanzas municipales ni es una ley de Dios, así que bienvenido será que de una vez por todas se empiecen a derivar actos y asuntos a las muchas zonas y barrios disponibles.